¿Ser cristiano es ser solidario?

Podríamos hacer de una forma simplificada y con todas las matizaciones posibles la siguiente relación: Ser cristiano es reconocer a Dios como padre y al resto de los hombres como hermanos, y como tales tratarlos con bondad, amor e incluso ayudarlos en su necesidad o cuando sufran alguna situación de injusticia. Es decir, ser cristiano implicaría ser bondadoso y solidario.

El problema se produce cuando intentamos formular esa relación al revés, ¿podemos llegar a ser cristianos partiendo de la búsqueda del bien común?, ¿sólo se puede ser buena persona si eres cristiano?, ¿no deberíamos pues tratar de buscar la justicia social, el bienestar y la prosperidad de todos los pueblos en lugar de enseñar el Evangelio?. Ciertamente no son preguntas ni triviales ni fáciles de responder.

DoctrinaSocial

Algunos profesores de religión en la práctica sustituyen el contenido de la asignatura por una especie de “educación en valores”, con películas de contenido moralizante, campañas en favor de alguna ONG, etc.

Algunos misioneros dedican la práctica totalidad de su tiempo y esfuerzo a la “cooperación al desarrollo” con programas sanitarios, educativos o sociales pero se olvidan de cosas tan elementales como enseñar el Padrenuestro (perdón por la simplificación).

Algunos “músicos católicos” componen canciones de contenido religioso con letras en las que no se mencionan ni a Dios ni a Jesucristo, por lo que se podrían interpretar de mil maneras distintas, o se dedican a cantar directamente a la paz, la libertad o la solidaridad “escondiendo” a Dios en sus versos.

Estos son sólo algunos ejemplos de casos prácticos. De una forma teórica podríamos decir que la bondad y la solidaridad no tienen por qué ser exclusivas del cristianismo. De hecho algunas personas podrían, por ley natural, tratar de buscar el bien y combatir el mal aún siendo ateos. A fin de cuentas los teólogos definen la ley natural como la ley de Dios inscrita en los corazones de los hombres y esto supone que todas las personas, hechas a imagen y semejanza de Dios, tendrán claras cosas como que matar sin causa justificada o aprovecharse del débil está mal o que ayudar al necesitado o tratar a los demás con respeto está bien, aunque en la práctica muchas veces no sea así.

Así en una civilización como la europea, que a fin de cuentas es la civilización judeo-cristiana, la moral ha estado sostenida mayoritariamente por la religión. La moral romana, que consideraba sólo con derechos a los ciudadanos varones y relegaba en la práctica a mujeres, niños o extranjeros a la misma categoría que objetos y animales, fue superada por el cristianismo y la secularización de la sociedad en los últimos tiempos ha traído consigo una gran crisis de valores.

Fue el teólogo Karl Rahner, volviendo al tema de la moral natural, quien acuñó el término “cristiano anónimo”: toda aquella persona que aún no siendo cristiana busca el bien, la fraternidad o la justicia estaría obrando según la voluntad de Dios y las enseñanzas de Jesús como alguien que es cristiano sin saberlo. Este concepto ha sido muy discutible y discutido, no tanto por su definición si no por las interpretaciones del mismo, que podría llevar a plantear la posibilidad de un cristianismo sin Cristo y sin Iglesia, lo que sería un absurdo, o a algunas versiones de teólogos de la liberación, por ejemplo, según los cuales lo importante sería por tanto la justicia social o la acción sindical, realizando una interpretación del evangelio en clave política y relegando en la práctica la liturgia o la oración.

¿Que diremos pues?. Es evidente que la búsqueda de la justicia social no solamente es algo bueno, si no necesario, pero para el cristiano sería, en la modesta opinión del que escribe estas líneas, una consecuencia y no un fin en sí. Es decir, las enseñanzas de Cristo nos llevarían a trabajar en la construcción del Reino, pero no al revés.

De hecho, tal como recoge el concilio Vaticano II, los cristianos debemos, en la búsqueda de la construcción del reino, colaborar con aquellas personas e instituciones, sean o no cristianas, en la búsqueda del bien común. Pues otro caso distinto es, tal como explica el conocido pasaje evangélico (Mt 25) del “juicio a las naciones”, la actitud de los que no han conocido al Señor pero han vivido según la ley natural: todo lo que hicisteis (u omitisteis) a uno de estos pequeños a mí mismo me lo hicisteis aunque no me conocíais.

Por eso muchas veces puede resultar confuso el ideario de muchos colegios religiosos, que parecen más un manual de prácticas solidarias o los postulados de un humanismo laico, o la acción social de muchas instituciones que, realizando una labor admirable, llegan a olvidar o a omitir, hasta deliberadamente, sus propios principios.

Recuerdo una anécdota de la Madre Teresa de Calcuta: unas religiosas de su orden le pidieron reducir las horas de oración para dedicarse más tiempo a los enfermos del centro que regentaban. La respuesta de la Madre fue muy clara, les dobló el número de horas de rezar.

Como dice mi amigo Pepe González, autor de “Manual básico para católicos sin complejos”, “los católicos tenemos el mejor producto y no lo sabemos vender” por eso sería bueno, a mi entender, en lugar de “disfrazarlo” de prácticas bondadosas o justicia social, mostrarlo tal cual.

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