El domingo, la preparación a la primera comunión y la misa en familia

Un joven sacerdote de mi diócesis, Raul M.S., me comenta con preocupación la reacción que algunos padres están teniendo ante la preparación para la primera comunión de sus hijos que está llevando a cabo en su parroquia. Siguiendo las instrucciones de la diócesis ha elaborado un programa de 3 años de catequesis pero, además, ha decidido realizarlo de una manera que me parece simplemente genial: las catequesis se dan el domingo por la mañana antes de misa y después los niños asisten a esta con sus padres.

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Pero este plan lo ven algunos padres como castigo, tanto el hecho de que sean tres años como que sea en domingo. Yo supongo que además, aunque no lo manifiesten, también verán algunos como un castigo el tener que asistir a misa, ya que de otra manera, como decimos en España, se la pelarían. Estaríamos pues ante el problema más generalizado de aquellos que mantienen los sacramentos como un rito social más pero que en el fondo poseen una fe infantil cuanto apenas, no son coherentes con la decisión de llevar a sus hijos a las catequesis y han perdido además todo sentido del domingo.

  • ¿Pero para que quieren el domingo los padres?- le pregunto.

  • Pues para irse por ahí, pero no lo entiendo… si a las 12 ya hemos acabado todo.

Supongo que para alguien que vive en este sentido el domingo cualquier tiempo le parecería excesivo. Si aumentase el tiempo de preparación de 5 meses a 6 también se quejaría del exceso. Personalmente nunca he entendido las catequesis “sacramentales” en sentido estricto, quizá debido a mi propia experiencia personal. En la parroquia en la que me formé en mi infancia y mi adolescencia las catequesis no tenían “apellido”, eran un continuo de los 8 a los 15 años en los que había dos momentos fuertes, la primera comunión y el sacramento de la confirmación. Concluido este se nos invitaba a los chavales a hacer las catequesis de “jóvenes y adultos” (apenas 15 charlas y una convivencia de fin de semana en menos de dos meses) y formar con todos los que habían asistido (otros jóvenes y adultos) una nueva comunidad cristiana con la que seguir nuestra formación y nuestra vida parroquial.

Pero volviendo al tema del sentido del domingo habría que recordar con Juan Pablo II, de feliz memoria, que este no es simplemente una cruz en el calendario que nos recuerda la obligación de ir a misa, si no que todo el día en sí es la expresión de “la resurrección de Jesús, el dato originario en el que se fundamenta la fe cristiana y quienes han recibido la gracia de creer en el Señor resucitado pueden descubrir el significado de este día semanal con emoción” (Carta Apótólica Dies Domine.2) y por eso dirá San Jerónimo (en cuya onomástica escribo estas líneas) «el domingo es el día de la resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día ».

Ciertamente, y como recoge el Santo Padre (nunca mejor dicho) en la carta, “ la santificación del domingo estaba favorecida, en los países de tradición cristiana, por una amplia participación popular y casi por la organización misma de la sociedad civil” mientras que hoy en día la consolidación del llamado fin de semana parece haber desprovisto al domingo de cualquier otra significación que no sea un momento más en este periodo de tiempo.

Curiosamente parecería que, y esto lo añado de mi cosecha, cuanto más tiempo libre tenemos, menos le dedicamos a Dios, por eso “a los discípulos de Cristo se pide de todos modos que no confundan la celebración del domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el fin de semana, entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso o diversión” (D.D) y sobre todo, y tal como ya decía San Pedro en su día, en el domingo “los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1P 1, 3).

Es por esto que Juan Pablo II dará un montón de “títulos” al domingo: día de Cristo, día de la Iglesia, día de descanso, día de la solidaridad, día de los días o día de la alegría. ¿No podemos dedicar entonces tiempo para divertirnos en domingo?. Por supuesto, “ya que no hay ninguna oposición entre la alegría cristina y las alegrías humanas verdaderas. Es más, éstas son exaltadas y tienen su fundamento último precisamente en la alegría de Cristo glorioso, imagen perfecta y revelación del hombre según el designio de Dios” (D:D 58), eso sí, “los fieles han de elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del Evangelio” (D.D 68).

Tal como dirá el Eclesiástico, hay un tiempo para cada cosa, y por tanto podemos aprovechar el domingo para descansar, para estar con la familia y amigos, para hacer deporte o asistir a algún evento cultural, para visitar a algún enfermo o hacer alguna obra de caridad, pero ante todo y sobre todo tener en cuenta que la Eucaristía es el centro del domingo. Ya en el primer catecismo de la Iglesia, la Didajé, enseñaban los apóstoles “Dejad todo en el día del Señor y corred con diligencia a vuestras asambleas, porque es vuestra alabanza a Dios. Pues, ¿qué disculpa tendrán ante Dios aquellos que no se reúnen en el día del Señor para escuchar la palabra de vida y nutrirse con el alimento divino que es eterno?”.

Es por eso que en domingo cobra una especial relevancia la familia, ya que “corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Misa dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Misa, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto” (D. D. 51)

Porque “entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía. En dicha asamblea las familias cristianas viven una de las manifestaciones más cualificadas de su identidad y de su ministerio de iglesias domésticas, cuando los padres participan con sus hijos en la única mesa de la Palabra y del Pan de vida” (D.D 49).

Vivido así los padres de la parroquia de mi amigo no lo concebirían como un castigo, todo lo contrario, si no como una auténtica bendición. Ciertamente faltaría por tanto una pastoral previa de los padres (la Iglesia tiene multitud de recursos, acciones pastorales y grupos de fe que en muchas ocasiones son “desaprovechadas” por los mismos pastores) y además, aunque esto no sea “doctrina oficial” si alguno de estos padres leyera estas lineas les diría que, por propia experiencia, la “santificación” del domingo lleva una serie de “efectos secundarios” altamente beneficiosos: mejora la relación con los hijos y con el cónyuge, se aprovecha mucho más el día y todas las cosas buenas que Dios pone para nuestro disfrute y hasta sale mejor la paella… de verdad, creedme.

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