De la dialéctica (anécdotas de un discutidor)

Con la ya sana costumbre que he adquirido de consultar el diccionario de la RAE he ido esta vez a buscar dos términos. El primero ha sido el de “discutir”, que define como “examinar atenta y particularmente una materia” o bien como “contender y alegar razones contra el parecer de alguien”.

Me he detenido en esta última definición por que me parece clave para lo que quiero comentar. Bien dice que es “contra el parecer de alguien” y no “contra alguien”. Más que nada por que observo últimamente dos casos opuestos pero que a fin de cuentas son como las dos caras de una misma moneda. Uno sería “cómo no estoy de acuerdo con su parecer voy a contender contra su persona”, es decir, en lugar de rebatir las opiniones de otro con las que no estoy de acuerdo me dedico a insultarlo y ofenderlo. Y el otro sería el efecto inverso, “si este no opina como yo es por que me desprecia, me ofende o tiene algo contra mí”.

El otro término que he buscado en el diccionario es el de “dialéctica” definido como “arte de dialogar, argumentar y discutir”, probablemente sea que a mucha gente le falte (quizá tendría que incluirme yo mismo) el desarrollo y la práctica de tan noble arte pues.

 debate

¿A qué viene entonces mi interés?. Quizá sea que a mí de siempre me ha gustado discutir, y no digo “en el buen sentido de la palabra” ya que, como deja claro la RAE es un término que no tiene un “mal sentido”, a no ser que alguien piense que contender y alegar razones sea negativo (y en ese caso quien pensase eso sería claramente un tipo fascistoide y peligroso). Pero más probable porque en los últimos días me he visto envuelto en varias situaciones con algunas personas con distintos niveles en el arte de la dialéctica. A modo de anecdotario y sin querer sacar ninguna conclusión exhaustiva, las comento.

Un amigo mío me enseña un texto que había escrito sobre un pasaje evangélico. El texto me gusta mucho, es conciso, directo, claro, y así se lo digo, aunque también hay dos cosas que no me gustan e igualmente se las refiero. Una de ellas era el uso de determinadas expresiones coloquiales que me parecían inadecuadas y otra la confusión que se producía en un momento dado entre lo que es el texto bíblico y lo que eran sus propias reflexiones.

Mi amigo en un principio reaccionó mal ante mis críticas

-No sé por qué dices que te gusta lo que he escrito si luego me haces esas críticas. Seguro que tienes algo personal contra mí y tendremos que hablarlo.

-Si te digo que me gusta mucho – le contesté – es porque me gusta mucho y si te no lo crees es problema tuyo. Si te he hecho un par de críticas es porque había un par de cosas que no me parecían convenientes y si crees que tengo algo personal contra ti te equivocas y ya te digo de antemano que tengo suficientes problemas reales en mi vida que no pienso perder un sólo minuto en problemas inexistentes.

Gracias a Dios mi amigo lo entendió perfectamente y no volvimos a tratar el tema, es más, alguna de mis críticas las asumió y realizó algunos cambios en el texto y otras en cambio no, dejándolo como estaba, cosa que me pareció lo más lógico.

En otra ocasión hablaba con el miembro de un grupo de música que según él hacían temas de valores y contenidos cristianos pero sin mención expresa a Cristo ni a Dios y que su obra era tan evangelizadora y admirable como la del que más.

Le contesté que con lo primero no estaba de acuerdo, que “evangelizar” sin anunciar el Evangelio no era comparable (no dije ni mejor ni peor ni nada parecido) a aquellos músicos que sí mencionan a Cristo explícitamente en sus canciones y que si pensaba que lo que hacía era “admirable” era porque tenía un alto grado de autoestima.

Me respondió que no tenía por qué aguantarme y que le había faltado el respeto con lo de la autoestima, además de acusarme en falso de cosas que no había dicho.

Le respondí con un recurso que utilizo mucho en estos casos “si me dices una sola cosa en la que yo te haya faltado el respeto te doy un millón de euros”… naturalmente no había nada de eso. Le expliqué que decir que lo que uno hace es admirable y tener una alta autoestima es lo mismo, una simple cuestión de diccionario. Y le hice ver que lo expresado por mí era una opinión, que podía compartir o no pero que en ningún caso había ofensa y que lo que había dicho acerca de mí no era cierto… aún estoy esperando que se disculpe, ja, ja, ja.

En otra, y es la tercera anécdota, me llegó la invitación de un agente de pastoral para asistir a la representación de una obra musical que habían preparado los alumnos de un colegio religioso. Le contesté que el contenido de la obra me parecía de una moral inapropiada para un centro de esas características y me contestó enfadado que quién era yo para juzgar a los chavales y a los monitores que con tanta ilusión habían preparado la representación. Volviendo al recurso del millón de euros le hice ver que en ningún momento había dicho nada contra los chavales ni sus monitores, sólo contra el argumento de la obra en sí. En esta ocasión lo entendió perfectamente, me pidió disculpas y quedamos estupendamente, incluso terminamos hablando de posibles colaboraciones en un futuro.

Una más, y van cuatro. En un artículo reciente de este mismo blog en el que hablaba de la progresiva “homosexualización” de la televisión hubo varios comentarios elogiosos y uno crítico. Al que escribió este último, que lo hizo de forma anónima, agradecí sinceramente que expresara sus opiniones contrarias, por que eso favorece el debate, y de hecho le rebatí, pero no entendí el tono personal y ofensivo que utilizaba y también se lo hice saber.

Para empezar criticaba que hubiese empleado la palabra “marica” para referirme de forma peyorativa a los homosexuales. Curiosamente era una articulo de 1700 palabras en las que aparecían 6 veces la palabra “homosexual”, otras tantas el término “gay” y una sola vez la de “marica” y además en un expresión coloquial pronunciada por un personaje ficticio…

Por otro lado utilizaba expresiones poco dadas a contender y alegar razones contra mi parecer si no más bien a mostrar desprecio y ofensa hacia mi persona, tales como “muy gracioso, tu artículo”, “has dejado pasar una gran oportunidad de rascarte la espalda”, “no has dado una, chico”, “¿no has llamado a un psicólogo aún?”, “intentas copiar el estilo de los artículos que supongo que has leído en la prensa, sin éxito” (?)… y luego a verter acusaciones tipo de “apuntarme a complots contra la libertad”, “querer controlar la moralidad del vecino” o estar lleno de “odios y supersticiones”… cuando supongo que los que siguen de forma más o menos habitual este blog conocen en qué términos me expreso.

Bueno, van cuatro, podría seguir con algunas más, pero creo que ya es suficiente. No sé si el problema de la falta de dialéctica es real o no o si será el reflejo de una sociedad que ha pasado de ver en televisión los debates serios y respetuosos de “La Clave” a los gritos e insultos de los “salvameses”, “mujeresyhombresylesdamoslavuelta” y “degüenaleyes” de turno.

Sea como sea, si alguien quiere contender y alegar razones contra mi parecer estaré encantado de atenderle… si lo que busca es la ofensa y la calumnia, por favor, que no me haga perder el tiempo… ni el suyo. Gracias.

1 comentario en “De la dialéctica (anécdotas de un discutidor)

  1. Muy interesante este post, del que comparto casi todo lo que dices. Pero me asaltan algunas dudas. Digamos que escribo un artículo sobre, por ejemplo, el entrometimiento de la Conferencia Episcopal en la vida civil y deslizo un comentario grosero sobre tu fe en boca de un personaje ficticio de mi invención ¿Te ofenderías?
    En cuanto a las formas de dialéctica, convendría separar recursos como el humor o el sarcasmo de las actitudes chulescas características de la telebasura; en cualquier caso, no creo que el autobombo estuviera entre los preceptos de Cicerón. (Y aquí hay autocrítica. Por si acaso…)
    Por otra parte, te ofrecí una respuesta a tus comentarios, pero te pedía permiso antes de publicarla, dado que me parecía excesivamente larga y este es tu espacio, no el mío.
    Nunca hubo respuesta.

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