Las condiciones para la Salvación


“Señor, ¿qué debo hacer para tener vida eterna?”. Esta pregunta, que formula el joven rico al propio Jesucristo, es una cuestión recurrente que han repetido en la historia desde los simples mortales hasta las mentes teológicas más brillantes. ¿Cuáles son las condiciones para que el hombre se salve, para vivir eternamente en la presencia del Padre tras la muerte física?.

Además, la misma respuesta ha generado mucha controversia entre las distintas corrientes del cristianismo, ¿basta con creer en Dios o son además necesarias las obras para la salvación?.

He de confesar que en lo personal a mí siempre me ha dado rabia esta pregunta, porque detrás de ella se esconde la tentación de convertir el cristianismo en un legalismo: “dame las normas, las cumplo y voy al cielo… y el que no las cumpla, ¡allá él!”. Pero el cristianismo no es eso, el cristianismo es sobre todo y ante todo una buena noticia: Dios se ha hecho hombre en Jesucristo, ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra salvación. Lo esperable sería pues vivir conforme a esa buena noticia y la salvación sería una consecuencia de la misma.

Claro que Jesucristo incluye en esa buena noticia las condiciones necesarias para la salvación, pero Jesús no es un teólogo que nos da “un tratado científico perfectamente articulado para que no quede lugar a dudas”, todo lo contrario. Jesús comunica la Buena Nueva de la Salvación en el día a día, con su vida, hablando con sus apóstoles y sus discípulos tanto de manera informal como en solemnes predicaciones… por lo que aquél que quiera encontrar en el evangelio (y en este artículo) una fórmula tipo 2+2=4, quedará frustrado. E incluso, si pretende sacar conclusiones versículo por versículo en lugar de una visión global, es posible que halle aparentes contradicciones en el mensaje del Señor.

Lo único que nos quedará pues es asomarnos, con la mayor humildad intelectual posible, a las citas evangélicas al respecto pero únicamente para que nos den una orientación global, no un manual de instrucciones ya que “Para los hombres es imposible salvarse, pero no para Dios” (Mc 10, 27; Mt 19, 26; Lc 18, 27)… ¡empezamos bien!

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– Para salvarse hay que creer, hay que tener fe. Esto podría ser más o menos lógico, Jesucristo además lo repite en muchas ocasiones: la fe es la que salva (Lc 17,17), el que crea tendrá Vida Eterna (Jn 3, 15), pasará de la muerte a la Vida (Jn 5, 24), no será condenado (Jn 3, 18)… El problema viene cuando añadimos algunas cuestiones a esta afirmación. ¿con creer solamente es suficiente o es una condición necesaria pero que hay que cumplimentar con las acciones? ¿es posible, como diría Lutero, “fornicar cien veces al día y ser salvo mientras no se deje de creer”? ¿qué ocurre con los hombres justos y de recto corazón que no creen? ¿Dios destina a la condenación a los que no les ha dado la gracia de creer a su pesar?… uff, sigamos.

– Para salvarse hay que recibir el Bautismo. Jesucristo en varias ocasiones hace del hecho de creer una cuestión inseparable de bautizarse como condición de la salvación: “Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará” (Mc 16, 16-18). También en esto surgen muchas dudas, ¿qué ocurre con los ateos o los que profesan otras religiones? ¿Cualquier tipo de Bautismo es válido? ¿el bautismo de los protestantes, que no creen en la gracia actual de los sacramentos y lo celebran como un rito de adhesión también?.

– Para salvarse es necesario reconocer a Cristo como Señor. No es extraño dentro de la lógica de la Buena Noticia. Jesús es el mesías, el hijo de Dios Vivo, Dios mismo hecho hombre, y por tanto salvarse y reconocerlo como kyrios es todo uno: “Quien ve al Hijo y cree en Él tiene Vida eterna” (Jn 6, 40); “Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará” (Jn 10, 8); Jesús es el Buen Pastor que conduce a los suyos a la salvación: “Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen y Yo les doy la vida eterna”(Jn 10, 27); es el manantial de agua viva que brota hasta la eternidad (Jn 4, 13; Jn 7, 38).

– Para salvarse es necesario mantenerse constante y perseverar en la vida de fe. Así aparece en la enseñanza de los Evangelios: “el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Con vuestra constancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 18s; Mc 13, 13; Mt 21, 11s). Esta sería a mi juicio una de las condiciones más duras, la práctica totalidad de los creyentes, incluso muchos de los grandes santos de la historia, han tenido sus altibajos, sus momentos de duda y sus crisis de fe. ¿Podría condenarse pues alguien que ha llevado una vida de santidad pero la muerte le sorprende en un momento de crisis?. Jesucristo en este caso llama a ser previsores, como las diez vírgenes que se proveen no sólo de lo necesario para esperar al Señor, sino también con algo de más por lo que pudiera pasar (Mt 25, 1-12)

– Para salvarse es necesario participar del sacramento de la comunión comiendo y bebiendo el cuerpo y la sangre de Cristo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis Vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 53s). Se trata pues de la comunión sacramental, no de un símbolo de la fe. Esto lo aclara el propio Jesús cuando afirma “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por él, así quien me come vivirá por mí.” (Jn 6, 52-56). Verdaderas comida y bebida, no un símbolo o una metáfora sino, como dijo en la última cena, su propio cuerpo y sangre. Esta condición llevaría aparejada un problema ya no sólo con los ateos, que no participan de los sacramentos, sino también de todas aquella confesiones cristianas, salvo católicos y ortodoxos, que no pueden consagrar el pan y el vino pero que además no creen en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.

Para salvarse es necesario ser misericordioso con los demás. Dios nos juzgará con el mismo juicio que hayamos tenido con nuestro prójimo (Mt 7, 1s; Lc 6, 37) y en la medida en que hayamos perdonado a los demás: “Si perdonáis a los demás sus ofensas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará.”  (Mt 6, 14s). Dios es como el rey de la parábola que perdona a uno de sus siervos una gran suma pero que revierte su perdón cuando descubre que este se niega a perdonar a otro una suma muy inferior (Mt 18, 23-35). Y es lo que el propio Jesús nos enseña a pedir en el Padrenuestro, “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 12). La verdad es que no sé si da más alivio o miedo, ja, ja, ja.

– Para salvarse es necesario ser desprendido con el dinero. Probablemente el ídolo más poderoso, “no podéis servir a Dios y al dinero” puesto que amar a uno supone despreciar al otro (Lc 16, 9-15) y como diría San Pablo, el afán de dinero es la raíz de todos los males (1Tim 6, 10). Al joven rico y cumplidor de los mandamientos le dice que le falta una sola cosa para seguirle, “vende todos tus bienes y repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme” (Mt 19, 21; Mc 10, 21; Lc 18, 22). Este es el fin de la limosna. “Vended los bienes y dad limosna. No acumuléis tesoros en la tierra, sino en el cielo, pues donde esté vuestro tesoro estará vuestro corazón” (Lc 12,33s; Mt 6,19s).

El desprendimiento lleva aparejadas recompensas en la tierra y en el cielo, “os aseguro que nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, con persecuciones, y en el mundo venidero, vida eterna”. (Mc 10, 29s; Mt 19, 29; Lc 18, 29s).

– Para salvarse es necesario anteponer a Jesucristo y al Evangelio a uno mismo, desprendiéndose no sólo del dinero, sino también de la propia vida y de todo lo que esto significa, proyectos, necesidades, deseos… si fuese necesario, pues “quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mt 16, 25s; 10, 39; Mc 8, 35; Lc 9, 24s; 17, 33; Jn 12, 25)

– Para salvarse es necesario tratar de evitar el pecado, que es algo distinto a no pecar. El Señor sabe que somos pecadores y que caeremos muchas veces, pero debemos evitar todo aquellos que nos lleve a pecar, situaciones, lugares, personas… incluso aunque nos resulte doloroso, tan doloroso como si nos arrancásemos un ojo, ya que “Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncalo y tíralo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al infierno”. (Mc 9, 48).

– Para salvarse son necesarias las buenas obras, no bastaría con creer sino tal y como dice Jesús, “no todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de Dios, sino aquel que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo”. (Mt 7, 21). La primera respuesta que Jesús da al joven rico con el que abríamos el artículo es muy clara al respecto: “si quieres entrar en la vida eterna, cumple los mandamientos: No matarás; no cometerás adulterio; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre; ama a tu prójimo…” (Mt 19, 18s).

Podríamos entender la lógica y la simplicidad de estos textos, creer no puede estar desligado del obrar, y creer sin obrar por tanto no valdría de nada, no serviría para la salvación, “la fe sin obras es una fe muerta” (St 2, 14). Sin embargo Lutero, el padre de la reforma, tergiversó este concepto cuando alteró la frase de San Pablo “el justo vivirá por la fe” (Rom 1, 17) y añadió un adverbio diciendo “el justo vivirá solamente por la fe” de manera la teología protestante niega el valor de las obras para la salvación.

No obstante Jesús siempre enseñó la necesidad de cumplir los mandamientos, pues «el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.» (Mt 5, 19).

Es necesario poner en práctica la palabra de Dios. Escuchar la Palabra y no ponerla por obra es “como el que edifica una casa sobre la arena, que la lluvia, los torrentes y el viento fuerte la derrumban y es grande su ruina” (Mt 7, 26s). El reino de los cielos es para “los bienaventurados que trabajan por la paz y la justicia”(Mt 5,9s).

Incluso aquí se abriría una “misteriosa” vía de salvación para aquellos que no han conocido, se entiende que a su pesar, a Jesús. En la parábola del juicio a las naciones (Mt 25, 31-45) al final de los tiempos el Señor las reúne y separa a unas a la derecha, para la salvación, y a otras a la izquierda, par su condenación. Las naciones, en el lenguaje bíblico, son los otros pueblos, los que no tienen al Señor como Dios, en este caso, los que no han conocido a Jesús. ¿cuál es el criterio que se sigue en el juicio si no pueden ser juzgados por la fe? Pues las obras de misericordia: aquellos que dieron de comer al hambriento, de beber al sediento, visitaron al enfermo y al encarcelado, vistieron al desnudo y dieron cobijo al peregrino irán al Reino del Padre, los que no, al fuego preparado para Satanás y sus ángeles, porque cada vez que hicieron (o dejaron de hacer) una obra de misericordia con algún necesitado fue como si lo hicieran al mismo Jesucristo “al que no conocían”.

La obra propia de los creyentes, sin obviar las de misericordia, será otra. Los creyentes sí conocen al Señor, al dueño de la casa, por tanto el criterio es otro, que lo que han recibido de Él no se lo guarden, por poco que sea, sino que deben ponerlo en acción, tal como enseña la parábola de los talentos que aparece en ese mismo capítulo justo con anterioridad, (Mt 25, 21-30).

¿Cómo debemos entender pues toda esta lista de “condiciones”? ¿se deben dar todas y cada una de ellas sin excepción o son distintas vías o posibilidades para la salvación aunque no lleguen a cumplirse todas?.

La verdad es que si las ponemos todas juntas parecerían una sola, como si cada una de ellas fuese una consecuencia de la anterior: “Para salvarse hay que creer en Dios, reconociendo a Jesús como Señor, recibiendo el bautismo, participando de la Eucaristía y perseverando en la fe. Esta fe debe ir acompañada inseparablemente de las obras, siendo misericordiosos con los demás, perdonando a los otros, siendo desprendidos con el dinero, tratando de evitar el pecado, anteponiendo  la Voluntad de Dios incluso a la propia vida y poniendo en práctica la Palabra con el cumplimento de los mandamientos, trabajando por la paz y la justicia, colaborando en la misión y realizando obras de misericordia. Incluso hasta los que no han conocido al Señor se podrían salvar por el trato dado a los más necesitados”.

Es ciertamente hermoso, maravillosamente hermoso… ¿imposiblemente hermoso?. Antes de tratar de darnos cabezazos contra la pared lo primero sería recordar que, por muchas vueltas que le demos, la salvación, aunque cuenta con nuestra libertad, siempre es en origen una gracia, un regalo, un don, pues “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16s)

Así sea.

La música protestante, ¿unción o intención?


Me escribe un amigo por redes sociales haciéndome una crítica muy dura: “para ti lo que no es católico no sirve y te burlas de los que tienen otra religión”. La crítica me duele mucho y doblemente, primero porque viene de un amigo y segundo porque es mentira.

Debo entender, como le dije, que no sabe leer, es decir, que entiende cosas en mí que ni  he escrito ni están en mi ánimo y que confunde lo que él deduce con lo que yo he dicho realmente y sobre todo con lo que he querido decir. También, y al igual que tristemente pasa con otros muchos,  no distingue entre una crítica al hecho de un juicio a la persona. La cuestión viene a raíz del tan manido tema del uso de las canciones protestantes y otras costumbres de los mismos por parte de los católicos y, como ocurre en otras ocasiones, me suscita una reflexión que decido compartir a través de este humilde blog.

Para aclarar las cosas diré que la crítica de mi amigo es falsa ya que, como he afirmado en otras ocasiones, estoy convencido que entre la doctrina católica y la doctrina protestante hay un 90% de cosas en común. Sería un absurdo decir por tanto que la doctrina protestante no vale para nada, como mucho podría decir que una pequeña parte de lo que creen los protestantes es erróneo. Además, si alguien cree en Dios Padre, en Cristo Salvador y en la acción del Espíritu Santo jamás podrá obtener mi desprecio ya que comparte conmigo lo esencial de la fe.

Además, como le dije en una ocasión a un amigo mío protestante, los protestantes no es que creen cosas distintas a los católicos, sino que creen menos… y cuando digo esto no es que tengan menos fe, es que han ido, a lo largo de la historia, eliminando cosas de su credo: la presencia real de Jesús en la Eucaristía, la devoción a María y a los santos del cielo, la creencia en la gracia actual de los sacramentos, el valor de las buenas obras para la santificación… y por tanto cada vez creen en menos cosas. De hecho leí en cierta ocasión, y debe ser cierto, que Martín Lutero, el autor de la reforma protestante, era un gran devoto de la Virgen María, sin embargo las congregaciones protestantes que han surgido a partir de ella no sólo no han mantenido la devoción a María, sino que además lo consideran una idolatría y por tanto un pecado grave.

Uno de los hechos que causó el enfado de mi amigo es una crítica que yo hice a una costumbre que procede de la corriente protestante pentecostal y que ha sido adoptada por algunos grupos católicos: la de hacer gestos, muecas y aspavientos cuando invocan al Espíritu Santo, que más parece que les haya dado un cólico al riñón que estén rezando. “¿Por que los desprecias? Los estás juzgando, lo importante es el interior. ¿acaso lo fundamental no es que lo pidan con sinceridad de corazón?”.

Mi amigo tenía razón en parte. Se equivocaba al afirmar que yo estaba despreciando o juzgando a esas personas, nada más lejos de mi intención, lo que estaba haciendo era criticar esa costumbre, el hecho, no a los actores. Es más, y en eso tenía razón mi amigo, estoy convencido de que esas personas invocan al Señor sinceramente, que lo importante es la intención de su corazón… y por eso precisamente dije y digo que si lo importante es eso no tiene ningún sentido hacer muecas ni aspavientos ni gritar como si Dios estuviera sordo. Si lo importante es el interior, ¿a qué vienen esos gestos y muecas? ¿acaso no puedes pedir el Espíritu Santo desde la sencillez y la alegría de corazón, en la brisa suave de Elías?

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Otro de los puntos que ocasionó la crítica fue el consabido tema del uso de la música protestante por parte de músicos católicos. En las redes sociales hay multitud de debates y opiniones al respecto, así que no voy a entrar en ello, aunque sí me gustaría ir a la raíz. Veamos, los protestantes no tienen liturgia, no celebran la Santa Misa ni la mayoría de los sacramentos y los pocos que mantienen los realizan como un signo externo sin valor de gracia actual (otro concepto teológico para otra ocasión). Por tanto sólo tienen dos cosas: música y predicación. Pero una cosa que sí han hecho muy bien los protestantes y en lo que nos llevan mucha ventaja a los católicos es que, como dice el refrán español, hacen de la necesidad virtud. Han desarrollado la predicación con grandes oradores capaces de mantener en vilo a una audiencia durante horas y tienen unos magníficos músicos, intérpretes, compositores, letristas, cantantes… y unas producciones de medios a la altura de los grandes grupos de rock.

Muchas de sus canciones son realmente hermosas, muy bien trabajadas tanto en melodía como en la letra y que invitan muchas a la oración y a la alabanza. Son canciones, como ellos dicen, con “mucha unción”, que es otro concepto tomado del pentecostalismo protestante pero mal utilizado (aunque también dejaremos eso para otra ocasión) y son muchos músicos católicos, como mi amigo, que llevado por la belleza y la espiritualidad que emanan las han incorporado a su repertorio. Aquí surge el debate, ¿eso es bueno, es malo, hasta que punto se pueden o no usar, se pueden usar cantos protestantes en misa…?

Entrando en un caso concreto hice en su día una crítica a mi amigo: Por hermosas que te parezcan estas canciones debes recordar que sus autores no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, incluso muchos de ellos (no todos, afortunadamente) se burlan del Santísimo y lo llaman “dios galleta”, por eso utilizar sus canciones en una adoración eucarística es una incongruencia. Es más, podría ser una simple cuestión de porcentajes. Si en una adoración cantas 10 canciones y una o dos son de autores protestantes no tendría mucha importancia, pero si son 9 o 10 es que algo falla.

¿por qué no? ¿acaso no están escritas con el corazón? ¿acaso no tienen una gran “unción”? ¿acaso lo que dicen no es correcto?»… Bueno, esa es la gran cuestión. Seguro que muchas de ellas sí, son canciones inspiradas, sinceras, de corazón, sin pretensiones adoctrinantes, es más, estoy convencido de que la gran mayoría lo son, pero también he podido comprobar es que no todas y, otra cosa peor, que muchos de los músicos católicos que las interpretan no tienen los conocimientos teológicos suficientes como para darse cuenta de ello. Y también muchos sacerdotes, que se suponen que sí los tienen, por afectividad permiten que el coro de su parroquia cante estos temas por no quedar como censor o antipático.

¿Podemos ver un ejemplo? Hay un grupo que le encanta a mi amigo que es realmente una maravilla, son unos chicos y chicas muy guapos que tocan y cantan muy bien y que tienen unas canciones realmente hermosas e inspiradoras. Una de sus canciones, cuyo título no recuerdo ahora, tiene esta letra (he alterado la distribución por razones didácticas, pero las frases son las que realmente forman la canción):

Creo en nuestro Dios, Padre eterno poderoso, autor de la creación,

Creo en su Hijo Cristo, el Rey, creo que Jesús es el Señor, el Verbo que se encarnó con la intervención del Espíritu de Dios. Creo que Cristo salva. Creo en el Nombre de Jesucristo. Que sufrió en la cruz y bajó a las tinieblas, resucitó y se levantó en gloria y en poder y está vivo. Creo que en gloria volverá como mi juez y mi abogado.

Creo en el Espíritu Santo, en Dios que tres en uno es.
Creo que el pueblo de Dios es uno. Creo en la Iglesia de Dios
Creo en la comunión. Creo que Dios me ha perdonado. Creo que resucitaremos. Creo en la vida eterna.”

¿A alguien le suena esto? Es evidentemente una versión del Credo Apostólico, muy hermosa, con frases bonitas. Nadie creería que el autor de esta letra la ha compuesto “con unción” de forma espontánea, sino que se ha basado explícitamente en el Credo. Ahora bien, ¿la versión del credo que ha escrito es fiel? ¿más allá de las licencias de métrica y composición ha reflejado el contenido del mismo o lo ha alterado de forma intencionada?

Basta volver a leerlo una segunda vez y apreciaremos para empezar que todo lo que dice, con todas las licencias poéticas que queramos, aparece en el Credo de los apóstoles. ¿cuál es el problema pues? Precisamente en lo que no dice, en lo que calla, en lo que de forma deliberada ha omitido.

¿Y qué es lo que ha omitido? Veamos:

  • Ha omitido la referencia a Santa María Virgen.
  • Ha omitido las características de la Iglesia Santa y Católica.
  • Ha omitido la comunión de los Santos y se ha parado en comunión. Curiosamente en la versión inglesa de la canción si aparece, aunque sabemos que los protestantes ni creen en la intercesión de los santos y su mismo concepto de santidad tiene matices diferentes.
  • Ha omitido el perdón de los pecados, en presente, y se ha referido a él en pasado.

Es decir, ha omitido precisamente del Credo las referencias a lo que es propiamente católico, aquello que ellos han rechazado: la devoción a la Virgen y a los Santos, la Iglesia Católica y el sacramento del perdón. ¿alguien cree que esto es casual? ¿alguien cree que ha sido la inspiración del Espíritu Santo la que ha llevado al autor de la letra ha omitir justamente esas cuatro referencias? ¿o quizás ha sido un hecho intencionado y sesgado que poco tiene que ver con la “unción”?

Pues en eso radica la cuestión. Tal y como dice la Iglesia (Unitatis Redintegratio) “los hermanos separados practican muchos actos de culto de la religión cristiana que pueden, sin duda alguna, producir la vida de la gracia, y hay que confesar que son aptos para dejar abierto el acceso a la comunión de la salvación” Así es y así lo creo, muchos, pero no todos.

Debemos por tanto fomentar ese mucho que nos une, por supuesto, pero también estar precavidos ante ese poco que nos diferencia para no vernos atentados en nuestra propia fe en plenitud. Estoy convencido que eso ni es desprecio, ni juicio ni mucho menos burla, al menos en mi corazón no se albergan tales cosas en este caso.

De adaptaciones y oraciones


Siempre me gustó uno de los más conocidos textos de San Pablo, el que aparece en 2Cor 4, 6-15. Me parece de una gran belleza y aún si cabe una mayor fuerza, su viviencia en el sufrimiento, su experiencia de Fe, el reconocimiento de su propia debilidad y al mismo tiempo de la grandeza de Dios, el saber que todo tiene un provecho no para sí mismo sino para los demás…

Como compositor, aunque sólo sea aficionado, no pude resistirme a hacer una canción sobre este texto y poder interpretarla con mi grupo, Hijos De Coré. Pero además para poder rezar con ella de un modo más directo se me ocurrió reescribirlo como una oración personal.

Esto me supuso un gran reto, más bien era un triple reto:  primero tenía que pasar de un texto escrito en 2ª persona del plural (dejo a los lingüistas dirimir si es un plural mayestático o de modestia) y dirigido a una comunidad de creyentes, en este caso a los cristianos de Corinto, a una oración redactada en primera persona y dirigida directamente a Dios, cono la práctica totalidad de las oraciones. Luego debía adaptarlo en forma de poema, con cuartetos y con versos de un mismo número de sílabas o similar, a fin de poder convertirlo finalmente en una canción. Y todo ello tratando de ser lo más fiel posible al texto original como a su espíritu y mantenido en la medida que pudiera su belleza y su fuerza…

Bueno, supongo que me gustan los retos así que no desistí hasta completarlo. El resultado fue la canción “Una jarra de barro”, que con el tiempo se ha convertido en eso que en inglés se llama un standard, uno de los temas que se asocia con el grupo  y que solemos interpretar siempre (o casi siempre) en nuestras actuaciones.

Aunque estoy muy satisfecho y agradecido por cómo quedó (para qué negarlo) supongo que siempre habrá más profundidad al leerlo directamente en el texto bíblico. De todas maneras para que quien quiera compararlo, adjunto a continuación tanto el fragmento de San Pablo como la letra de la canción y un enlace con la interpretación de la misma, en concreto en una reciente intervención en la prestigiosa cadena de televisión EWTN.

Texto bíblico

Dios que dijo “De las tinieblas brille la luz” ha hecho brillar la luz en nuestros corazones,

para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo.

Atribulados en todo pero no aplastados; perplejos pero no desesperados,

perseguidos pero no abandonados; derribados pero no aniquilados.

Pero llevamos este tesoro en jarras de barro

para que se vea que una fuerza tan grande es de Dios y no de nosotros.

De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en los demás la vida.

Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús,

a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús,

Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará y nos presentará ante él juntamente con vosotros.

Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia,

mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

En efecto, un pequeño sufrimiento de un momento nos produce, sobre toda medida, un gran caudal de gloria eterna.

Letra de la canción “Una jarra de barro”

Señor, Tú que hiciste la luz de las tinieblas has hecho brillar tu luz en mi corazón,

para que todos puedan contemplar tu Gloria, la que se manifiesta en el rostro de Jesús.

Tengo problemas, pero no me aplastan. Tengo dudas, más no pierdo la esperanza.

Soy perseguido pero Tú no me abandonas; soy derribado pero me vuelves a levantar.

Señor, sólo soy una jarra de barro. Lléname Señor de tu inmenso tesoro

Que quede claro que una fuerza tan grande es sólo de tu Espíritu que habita en mí.

Que pueda perder mi vida para que otros vivan

Llevaré en mi cuerpo el morir de Jesús pues sé que resucitaré con Él.

Me entregaré a la muerte por causa de Jesús, su vida se manifestará en mí.

Señor, todo lo has hecho para mi bien, en cada sufrimiento tú me das la eternidad

Sin pedirme nada tu gracia me regalas por eso hoy tu gloria cantaré.

 

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¿Se nos mueren las órdenes religiosas?


Leo una noticia que no por habitual deja de ser triste. Los miembros de una orden religiosa abandonan una diócesis en la que han estado viviendo, sirviendo y trabajando en los últimos cuatro siglos por la escasez de miembros y nuevas vocaciones. Las estadísticas a nivel mundial confirman de manera alarmante esa tendencia, los religiosos cada vez son menos y más ancianos. Sumo otra que es similar aunque con un punto contradictorio: El número de católicos en el mundo entero crece pero desciende el número de vocaciones.

¿Cuál es el motivo? Difícil saberlo, pero a la hora de dar explicaciones uno de los responsables de la orden que ha marchado a la que me refería lo tenía muy claro “hoy en día los jóvenes ya no quieren ser castos y pobres”. ¿Y ya está?. Estas respuestas tan simples me dejan perplejo, un problema tan serio no puede ser respondido con un “esto es así porque pim y porque pam”.

Pero además, debo reconocerlo y que el Señor y que este señor me perdonen, me indigna. Me indigna la falta de autocrítica, me indigna el poco o nulo trabajo pastoral para revertir esta tendencia… y esta indignación me lleva no a montar un campamento ante el palacio arzobispal para exigir no sé qué, pero si a hacer una breve reflexión, quizá no muy fundamentada y rigurosa pero sí sentida.

Veamos, hay datos que se nos escapan al simplificar las cosas pero no por ello dejan de ser ciertos, a modo de pinceladas, no sé si sueltas o si realmente llegarán a formar un cuadro, voy a lanzarlas sobre el teclado de mi ordenador.

-Las vocaciones siguen siendo ante todo una respuesta a una llamada concreta del Espíritu Santo. Puede que el Espíritu sople en estos tiempos por otro lado, puede que efectivamente tengamos los oídos y los corazones cerrados a su llamada o puede también que aunque algunos jóvenes se lo hayan planteado en alguna ocasión les hayan echado atrás los malos ejemplos de los miembros de algunas órdenes. O puede que hayamos confiado más en proyectos de cooperación con el tercer mundo y obra social, por ejemplo, que en facilitar los cauces para la acción del Espíritu…

-En la Iglesia casi todo pasa excepto la propia Iglesia. Hay realidades de la misma que en su tiempo fueron un magnífico instrumento para la evangelización y la vida de fe de las que hoy ya nada queda o muy pocos conocen. También algunas órdenes religiosas desempeñaron un papel fundamental en determinadas épocas históricas y hoy apenas se conserva un reducto testimonial o han desaparecido. El Espíritu Santo, como decía un amigo mío, emplea andamios diferentes para sujetar la Iglesia según el tiempo concreto que le toca vivir.

-No todas las órdenes religiosas y congregaciones decrecen, algunas crecen mucho y muy rápido. Es curioso que las más novedosas suelen ser las que más empuje experimentan. ¿por qué?. Dice el libro del Apocalipsis contra la Iglesia de Éfeso que reconoce sus trabajos y las pruebas por las que ha pasado, pero tiene una cosa contra ella, ha dejado a un lado y ha enfriado el amor que tenía al principio. Probablemente ocurra así con las órdenes e institutos de siglos, han perdido el amor y el entusiasmo inicial que tienen las nuevas instituciones y se han aburguesado.

-Muchas órdenes han “traicionado” su propio carisma (perdón si la palabra es fuerte): De la regla del fundador en ocasiones queda apenas una referencia en muchos casos. Y si no en la letra sí en la práctica. En muchas de ellas apenas existe ya la oración en común o la comunicación fraterna y sus miembros comparten comedor y trabajo… pero poco más. La obediencia que constituye santo y seña incluso se relaja con la “decisión en conciencia” que en la práctica faculta a los propios religiosos para obedecer o no a sus superiores. El caso es sangrante en aquellas dedicadas a la educación, que en ocasiones más que un apostolado para formar a los niños parecen simples empresas escolares.

-Aunque parezca irrelevante, los religiosos ya casi no usan el hábito propio de su orden, al igual que los sacerdotes diocesanos con el clergyman o la sotana. En un tiempo en que utilizamos la palabra “visibilizar” hasta el hastío (aunque no es correcta según la RAE salvo para hablar de rayos X o de uso del microscopio y similares), visibilizar a las mujeres, a los pobres, a los colectivos marginados, al tercer mundo, a los trabajadores en situación precaria… la mayor forma de “visibilización” que poseen los religiosos que es lucir el hábito. Sin embargo los religiosos no suelen llevarlo y lo utilizan solo en determinados actos. Conocida es la anécdota de San Francisco que llevó consigo a uno de sus frailes a evangelizar al pueblo y anduvieron toda la mañana paseando por el mercado y las plazas  hasta que finalmente regresaron a la porcíuncula, cuando el fraile le preguntó “¿No habías dicho que íbamos a evangelizar?” y Francisco le contestó “Y eso hemos hecho”. Puede así que muchos jóvenes no sepan ni qué es una orden religiosa pese a haberse cruzado con cientos de sus miembros sin saberlo por la sencilla razón de vestir de particular.

-En la última década se ha dado un fenómeno nuevo en las órdenes religiosas, “la importación” de religiosos/as de los países del tercer mundo y/o de países de misión. Este fenómeno tiene dos caras, por un lado la de constatar con alegría cómo los mismos que ayer fueron evangelizados hoy se suman a la evangelización y devuelven la gracia recibida  pero por otro lo que esto implica de falta de vocaciones para las órdenes en los mismos países en las que nacieron. Además en la práctica, y en especial en el caso de las femeninas, las monjitas jóvenes se dedican en buena medida al cuidado de las hermanitas ancianas, cosa que las santifica pero que evidencia una triste situación.

-En ocasiones se ha desligado la pastoral juvenil de la pastoral vocacional. Es sorprendente también cómo estamos viendo últimamente, por ejemplo, ordenaciones sacerdotales de hombres de más de 40 y 50 años. ¿No los llamó Dios en su juventud?. Jóvenes que han pasado la vida en grupos juveniles, muchos de ellos ligados a órdenes religiosas, que no recuerdan en ningún momento que sus monitores catequistas les hubiesen planteado la posibilidad de la vida religiosa de una manera seria… como mucho alguna mención de pasada.

-Otro dato triste y doloroso es ver cómo algunas órdenes religiosas, y de las más importantes y numerosas, se han convertido en paladines del rechazo al Magisterio. Desde algunas de ellas se predican con frecuencia ideas y conceptos que niegan muchas de las afirmaciones contenidas en el Catecismo… y lo hacen con una pretensión de autenticidad que confunde y daña a los creyentes, al Cuerpo de Cristo que es su Iglesia.

Bueno… podríamos seguir lanzando datos, opiniones e intuiciones, pero no sé si serviría de algo. Sé que lo que acabo de escribir es duro y puede que ofensivo para algunos, también para mis amigos miembros de alguna orden o instituto religioso. Seguro que habré exagerado en alguna de estas afirmaciones, seguro que no habré medido bien la carga crítica de alguno de estos puntos y seguro que también habré generalizado en aspectos que son puntuales o minoritarios, pido perdón, pero decirles que lo he hecho con el dolor del corazón herido que en ocasiones te hace ver las cosas más negras de lo que en realidad son.

No sé cual es la voluntad de Dios, no sé si las órdenes religiosas como tal terminarán muriendo y su testigo será recogido por nuevas realidades y acciones del Espíritu, si conocerán un resurgir o si morirán solo las más veteranas para dejar paso a las más recientes… sea como sea espero que el Señor nos de discernimiento para seguir su camino y ser obedientes a su voluntad.

Los tuits de Jesús (nuevo libro)


 

Ya ha salido publicado mi nuevo libro, el precio me ha parecido un poco elevado para una pequeña obra de 100 páginas, cosas de la editorial y de la amortización, pero me han confirmado que si tiene una buena venta irá rebajándose el precio.

Para adquirirlo se puede pedir por internet en los siguientes por tales

https://www.morebooks.de/store/es/book/los-tuits-de-jes%C3%BAs/isbn/978-620-2-47811-3

o bien

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Soy lo peor


Soy un fascista, un retrógrado, un hipócrita, un liberticida y un sostenedor de un sistema de opresión y falta de libertades.

Soy un pervertido, un violador de niños, un falso moralista que trato de imponer a los demás las conductas que considero degeneradas mientras que las mías son muchísimo más depravadas.

Soy contrario a la ciencia y al progreso, soy un asesino de todos los pensadores que han osado contradecirme a los cuales he quemado en la hoguera.

Soy un esquizofrénico, alguien que cree en las mentiras que yo mismo me he inventado.

Soy un idólatra, un adorador de muñecos de yeso, un adorador de Satán.

Soy un mentiroso, un falsificador de las doctrinas sagradas.

Soy un ser lleno de odio, alguien que insulta a las mujeres, que se opone a sus derechos sexuales y reproductivos.

Soy un asesino, el jefe de un pelotón de fusilamiento que aniquila a todas las buenas personas que luchan por la libertad y la democracia.

Soy un inductor al suicido de todos aquellos que han decidido libre y de forma adulta vivir en contradicción consigo mismos.

Soy un manipulador, alguien que utiliza el adoctrinamiento en siniestros colegios donde realizo auténticos lavados de cerebro a los niños.

Soy un obstinado, un inadaptado, alguien que ni sabe ni quiere vivir conforme a los tiempos presentes.

lo peor

Soy el paciente de un sanatorio mental diagnosticado con todas las fobias conocidas y las que aún no se conocen.

Soy un genocida, soy el asesino de millones y millones de gentes de otras culturas diferentes a la mía.

Soy un explotador del tercer mundo, un esclavista.

Soy un ilegal, soy alguien que no respeta la ley, que se la salta cuando le conviene con total impunidad.

Soy el promotor de sectas secretas con las que realizo turbios negocios y crímenes.

Soy un estúpido integral, un amargado, alguien que no sabe divertirse, que sólo disfruta con el dolor.

Soy un excluyente, soy miembro de una élite y desprecio a los que no forman parte de ella.

Soy un falso discípulo que aparento seguir a mi maestro pero hago todo lo contrario de lo que él me enseñó.

Soy un castrador, alguien que prohíbe las relaciones sexuales a buena parte de mi grupo y limita las personas con las cuales disfrutar del sexo al resto.

Soy un fetichista y un supersticioso, tengo que salir siempre de casa con objetos mágicos y cartas de falso poder espiritual.

Soy el responsable de millones de muertes por el SIDA y de millones de embarazos no deseados por prohibir no sé qué fundas de látex para el pene.

Soy un malversador que me quedo con millones y millones de dólares del estado para mis caprichos mediante argucias legales…

 

 

Bueno, he de confesar que yo no sabía que soy todo eso. Es más, no acabo de entender que yo sea todo eso. Pero es lo que mucha gente me dice que soy cuando afirmo que soy católico.

Lo curioso es que yo sigo pensando que ser católico es algo bueno, mejor dicho, es lo mejor que puedo ser, lo mejor que cualquiera puede ser, pues me lleva a ser feliz y pleno.

Claro, que eso significará una de dos, o que yo estoy equivocado o que los que afirman tales barbaridades de mi lo están.

La ¿rectificación? de la Real Academia de la Lengua sobre la homofobia.


Hace ya unos años escribí en este blog un artículo titulado “La perversión (contra la Iglesia) del lenguaje” en el que analizaba cómo se usan expresiones, frases hechas y modos de presentar los acontecimientos a la hora de hablar de temas eclesiásticos: cómo se presentaban las noticias en los informativos, cómo se generalizaban y aireaban los sucesos tristemente escandalosos en el Pueblo de Dios mientras se ocultaban y minimizaban sus grandes méritos, cómo se confundían y tergiversaban los hechos por ignorancia o por malicia, etc, todo ello con la intención de desprestigiar, difamar e incluso calumniar a la Iglesia católica.

Un párrafo de ese mismo artículo lo dedicaba a la presión del lobby gay a la hora de demonizar a la Iglesia y a todo aquel que no compartiese sus postulados y cómo había introducido un término, homofobia, para insultar a aquellos que mantuviesen una postura diferente y considerasen ilícita moralmente la relación sexual entre personas del mismo sexo o la pretensión de equiparar estas a la noción de familia. Analizaba además cómo de manera vergonzosa y vergonzante la Real Academia se había bajado los pantalones (no haré el chiste fácil) aceptando esa palabra en los términos en los que dicho lobby los utiliza.

Así recordaba en dicho artículo que la palabra homosexual proviene del griego “homos”, igual o semejante y del latín “sexus”. Un homosexual es por tanto el que mantiene relaciones con los iguales a él, con los de su mismo sexo.

De igual manera la palabra homofobia vendría del griego “homos” y “phobia” y por tanto un homófobo sería el que siente fobia (odio, miedo, rechazo) por sus iguales. Un médico homófobo, por ejemplo, sería el que tiene fobia a los demás médicos. Pero no, la RAE afirma, ojo al dato, que homofobia no viene de los términos griegos homos y phobia… ¡sino DEL INGLÉS homophobia!, y esta palabra la definía como aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.

Lo curioso es que, burradas etimológicas aparte, la RAE distinguía el hecho en sí de las personas que lo practican y hablaba de “personas homosexuales”. A mi juicio habría que decir con propiedad “personas de conducta homosexual” ya que las personas homosexuales como tal no existen, aunque ese sería tema para otro artículo que ya escribí, Iglesia y homosexualidad. Sin embargo esta distinción no era tenida en cuenta por el lobby gay y por los partidarios de la ideología de género.

Así, si alguien manifestaba su respeto a todas las personas con independencia de su conducta sexual aunque considerase ilícita moralmente la homosexualidad o estaba en contra de dar carta legal de matrimonio a uniones de personas del mismo sexo, era insultado por sus detractores de fascista, liberticida, retrógrado, discriminador…y cómo no, de homófobo. Y todo ello aunque no hubiese manifestado ninguna “aversión obsesiva hacia las personas homosexuales” que era al fin y al cabo la definición de la RAE.

En el caso de la Iglesia, que afirma que el matrimonio solo puede ser entre un hombre y una mujer, automáticamente le cuelgan la etiqueta de homofobia. Ya lo sabes, si perteneces a la Iglesia te conviertes en una persona “aversiva” (esta palabra no existe) y obsesiva hacia un tipo concreto de personas, toma ya.

Pero el hecho es que el otro día volví casi de forma casual a encontrarme con la definición de la palabreja de marras, “homofobia”, en la RAE y… ¡tachán!, habían cambiado la definición. Pero para aquellos que piensen que había corregido la etimología, según la cual afirmaba que una palabra compuesta por dos términos griegos proviene del inglés, les tengo que dar la mala noticia, lo que habían cambiado como he dicho es la definición, no la etimología.

¿Cuál es esa nueva definición? ¿Hasta que punto el cambio de definición se debe a términos exclusivamente lingüísticos y no a presiones de lobbies gays y partidarios de la ideología de género?. Vamos a verlo. Lo que dice ahora la RAE es que homofobia significa «aversión hacia la homosexualidad o las personas homosexuales”. ¿Increíble?… pues sí, pero cierto.

 

diccionario

Para empezar ha desaparecido de la definición la palabra “obsesiva”, vaya, supongo que aquellos que hemos sufrido innumerables veces el insulto de homófobos no sé si nos consolará saber que tenemos aversión pero no obsesión… ¡tócate las narices!. Pero lo más tristemente sangrante es que ahora ya no distingue entre el hecho y las personas que lo practican, de manera que aunque respetes a todos aquellos que tengan una conducta homosexual, aunque afirmes la libertad individual de las personas en sus actos siempre que sean consentidos te puedan gustar o no, aunque estés en contra de cualquier trato vejatorio o discriminatorio hacia los que presentan esta conducta, aunque afirmes que todas las personas son hijos amados de Dios con independencia de lo que hagan en la cama… si afirmas que consideras la homosexualidad como un acto moralmente ilícito que hace daño ontológicamente a quienes la practican o si consideras un error el dar carta legal de matrimonio y de familia a las uniones entre personas del mismo sexo, has manifestado un rechazo (aversión) hacia la homosexualidad y ya eres un homófobo con todas las de la RAE.

Es decir, que si a mi y a otros muchos nos han insultado el lobby gay, los partidarios de la ideología de género, las feministas y los izquierdosos, ahora se suma a la lista de calumniadores los muy ilustres académicos de la RAE.

Pues no, mis admirados (en otras cosas) académicos de las sillas con nombres de letras. Considero que la práctica sexual con personas del mismo sexo es moralmente ilícita, que hace daño a quienes la practican y que en ningún modo es comparable ni antropológicamente ni legalmente a la unión matrimonial ente un hombre y una mujer, base de la familia y por tanto de la sociedad. Y les digo mis admirados (en otras cosas) académicos que ni antes tenía obsesiones, ni ahora sigo teniendo aversiones, ni fobias, ni repugnancias, ni miedos, ni odios hacia ninguna persona sea lo que sea lo que haga en la cama (siempre de forma consentida, se entiende) me parezca correcto o no. La próxima vez piénsenselo mejor, aunque sólo sea un poquito. Gracias

Me encuentro con Jesucristo con cierta frecuencia pidiéndome limosna.


Me encontré a Jesucristo el otro día. Estaba pidiendo en la calle, a la puerta de la librería de Paulinas de mi ciudad. Tenía el rostro ajado y moreno, un tatuaje sobresalía por encima de la barba en su mejilla izquierda y su aliento olía a cerveza.

– Dame algo, jefe – me dijo – mira a ver si llevas un millón de euros por ahí.

– Si vas picando tan alto no creo que nadie pueda ayudarte

Tengo la mala costumbre de no llevar casi nunca dinero encima, así que nada podía darle, se lo dije y nos pusimos a hablar.

– Pues si no tienes nada cámbiame tu sitio de dormir por el mío esta noche – me dijo.

– Podría hacerlo, pero a ver como le digo a mi mujer que esta noche no voy a dormir yo en la cama y que mi lugar lo ocupará otro señor. Nos echaría de casa a los dos – Jesucristo rió con mi ocurrencia.

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Lo volví a ver al día siguiente. Salía yo de la Facultad de Teología. Unos seminaristas que iban delante de mi le dieron algo. Cuando llegué junto a él también alargó la mano para pedirme. Me volví a disculpar (siempre sin dinero encima). Esta vez era más joven. Andaba encorvado, no sé si por el frío, y arrastraba una ligera cojera en su pierna derecha. Me fijé en su rostro. A pesar del gorro de lana viejo que llevaba en la cabeza y la barba poblada era un hombre guapo. Tenía unos ojos muy bonitos, de un color azul muy claro y aunque su expresión en español era correcta se le notaba algo de acento, probablemente de Europa del este.

Me lo imaginé afeitado y vestido de traje y se me antojó que podría haber sido un joven y exitoso abogado casado con una chica guapa y con varios hijos pequeños monísimos. Igual hasta lo fue en un pasado reciente. Hablamos del frío, esos días había bajado mucho la temperatura de golpe.

-¿Duermes en la calle?

– No, en un parque.

La respuesta, pese a lo triste, me produjo una sonrisa. Para mí no había ninguna diferencia pero para Jesucristo sí, él no dormía en “la calle”. Era como si me mostrara que tenía dignidad, la dignidad de alguien que pide limosna, pero dignidad al fin y al cabo.

Al día siguiente y en el mismo sitio lo volví a ver. Esta vez había cambiado de sexo, Jesucristo era una mujer y por su apariencia supuse que sería una gitana rumana. Iba acompañada de su hijo. De unos 7 u 8 años de edad. Me pidió, me disculpé… pero palpando mi chaqueta noté un caramelo. Viky, la secretaria de la facultad, suele poner un cuenco con caramelitos en el mostrador para agasajar a los que entran. Aunque no soy muy goloso, me tira más lo salado, siempre que entro tengo la costumbre de llevarme uno o dos al bolsillo, ya casi de forma automática.

– No tengo dinero – le dije a Jesucristo – pero si que llevo un caramelo para tu hijo.

Se lo dí. Le quitó el envoltorio al instante y se lo llevó a la boca. No dijo una palabra pero me miró y sonrió agradecido.

Mi padre siempre me decía, y alguna vez me lo sigue diciendo con esa manía que tienen los padres de seguir dando recomendaciones a sus hijos aunque estén a punto de cumplir 50 años, que debía llevar siempre algo de dinero encima… por lo que pueda pasar. Me imagino en el juicio final que Jesucristo, esta vez sin más apariencia que la suya propia, me mirará y me dirá algo así como “gracias por pararte a hablar conmigo, pero deberías haber hecho caso a tu padre: uno o dos euros me hubiesen venido bien para comprarme una empanadilla o ayudarme a pagar la pensión de esa noche…”

Todos los políticos (y sus simpatizantes) deberían ser como Carles Puyol


Todos los políticos y sus simpatizantes deberían ser como Carles Puyol.

Cada vez que se produce un caso de excesos o de corruptelas tendrían que ser los propios miembros del partido los que los corrigieran en lugar de tratar de justificarlos o de echar balones fuera con el «y tú más» a otro partido opositor.

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Hace unos años el Barça ganaba por goleada en casa del modesto Rayo Vallecano cuando tras el 7º gol de su equipo dos compañeros, Thiago y Alves, lo celebraron con un bailecito ridículo ante la complacencia de otro, Pedro, y las protestas del público, que si ya les era duro ver perder a su equipo de esa manera mucho más lo era contemplar dicha celebración. Cuando de repente y sin mediar palabra apareció Puyol, el gran capitán, que a saber de donde vendría, interrumpió la danza y prácticamente a collejas los hizo regresar a su propio campo.

Puyol no escondió la cabeza como un avestruz, Puyol no les rió la gracia, Puyol no dijo que otros equipos rivales también hacían lo mismo, Puyol no trató de comparar lo que habían hecho sus compañeros con otras cosas que nada tenían que ver. Puyol vió lo que no le gustó de su propio equipo y lo corrigió. Punto.

El odio me da mucho miedo


Dice la Biblia en el Cantar de los Cantares que el amor es fuerte como la muerte, o en otra traducción que el amor es más fuerte que la muerte. Ciertamente el amor de Dios por la humanidad entregando a su Hijo como propiciación de nuestros pecados fue mucho más fuerte que la muerte y por eso resucitó al tercer día.

Lo que no tengo claro es si el amor es más fuerte que el odio. Mi mente me dice que tiene que ser así, que eso es lo que debo creer, pero… cada día observo actitudes tanto personales como colectivas que me hacen ver lo fuerte que es el odio, su poder de destrucción, y eso me produce miedo, mucho miedo.

En el libro del Génesis aparece apenas en el capítulo 4 como Caín recorre ese camino maldito de la envidia al odio y del odio al fratricidio… y es sólo es el comienzo de la Biblia. Las historias de los yihadistas que asaltan los informativos de las televisiones nos muestran cómo alguien es capaz no sólo de matar al que considera su adversario, que ya es una muestra intolerable de odio, sino hacerlo con una saña vomitiva.  Vemos además como hijos de emigrantes perfectamente integrados en sociedades europeas son capaces de abandonar sus prometedoras carreras universitarias para ponerse un pasamontañas y marchar al país de sus padres a degollar cristianos.

Todas las guerras además producen ese terrible fenómeno de la deshumanización del combatiente y por eso aparecen todas las atrocidades inimaginables. En el genocidio de los tutsis producido por los hutus en Ruhanda en los años 90, un soldado asesinó a un bebe poniéndolo vivo en una máquina de cortar fiambre ante la mirada de la madre. Y eso que los hutus y los tutsis son en su mayoría católicos y poseen una misma lengua, es decir, que el odio tribal fue, en muchos casos, más fuerte que la propia fe y cultura compartidas.

En política, al menos en España, observo un creciente y preocupante aumento del odio hacia el que tiene otro pensamiento. Parece que la “memoria histórica” promovida de forma parcial y torticera por un expresidente del gobierno ha traído como consecuencia lo que muchos temíamos, una “desmemoria histórica” que ha hecho olvidar las circunstancias que llevaron a los españoles a matarse unos a otros en una guerra civil hace apenas 80 años, para convertirlo en una historieta de buenos y malos que no superaría ni el más mínimo análisis racional y que sin embargo ha sido aceptada por muchos como un dogma de fe.

El odio acumulado durante un siglo atrás llevó primero a una revuelta política (no un procedimiento democrático como por desconocimiento algunos piensan) para proclamar una república  y expulsar al rey, para que apenas unos pocos años después se produjera una alzamiento militar que fue acompañado por la mitad de la población civil mientras la otra mitad se mantenía fiel gobierno, dando lugar a una guerra fratricida. Guerra precedida y acompañada entre otras por una persecución religiosa en el que las quemas de iglesias y conventos, las violaciones de religiosas y el reguero de la sangre de los mártires fueron abundantes.

Hoy reverdecen con mucho miedo por mi parte algunas actitudes políticas que me recuerdan a aquellas. Hace poco perdí un amigo que se metió en política y en las redes sociales se dedicó a insultarme y calumniarme por que yo no compartía sus tesis en favor de las pretensiones del lobby gay. Leo con frecuencia a conocidos míos, que se definen a sí mismos como cristianos, insultar sin ningún miramiento a los que consideran sus adversarios políticos olvidándose ya no sólo del amor al enemigo, sino de la más mínima norma de educación. La máxima de confrontar las ideas pero respetar al que no comparte las propias parece cada vez más un reducto de algunos pocos ilusos como un servidor.

Veo como sin miramientos los partidarios de un partido político se dedican, y con razón, a señalar y condenar los casos de corrupción del partido adversario y sin embargo justifican de manera vergonzante los casos propios o se dedican a hacer la avestruz ante ellos.

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Recuerdo en catequesis de confirmación que explicaba a los chavales la naturaleza pecadora del hombre, diciendo que nadie puede considerarse mejor que otro por sus pecados ya que si Dios nos dejara de su mano seríamos capaces de cualquier atrocidad. Uno de los chavales me replicó hablando del terrorismo de ETA y sus asesinatos y bombas y que él creía que jamás llegaría a ese extremo. Le comenté entonces que si, en lugar de haber nacido en el seno de su familia, hubiese nacido en otra donde la madre y la abuela le hubiesen educado en el odio al otro, en el odio a lo español, es muy probable que al llegar a los 18 años le pusieran una pistola en la mano y se liase a pegar tiros. He visto también en familias bien avenidas como la cizaña y las mentiras de una parte interesada han sido capaces de destruirlas y convertir el amor en odio con una facilidad pasmosa.

Aún así tengo que hacer de tripas corazón y “obligarme” a creer y pensar que el amor es más fuerte que el odio… y que si no lo es tiene que serlo, tiene que serlo, tiene que serlo.

Los que leéis estas líneas ayudadme a que sea verdad. La historieta de Nathanael Lark que ilustra el artículo debe ser verdad, y no al revés como por desgracias sucede tantas veces. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo sobre el amor a los amigos… y a los enemigos no pueden ser una mera utopía. Que nuestra oración y que nuestra acción, por débil que sea, puedan hacerlas realidad… o al menos que se aproxime un poco.

Que así sea.

¿Gatillo fácil disparando juicios?


Un joven sacerdote pidió a un amigo suyo que fuera con su guitarra a cantar en las misas de primeras comuniones de su parroquia, en cuatro o cinco celebraciones distintas, sabedor de que su intervención contribuiría a realzar un acto tan importante en el calendario parroquial. Además le pidió unos cantos concretos de los cuales su amigo desconocía la mitad, por lo que tuvo que dedicar un tiempo para aprenderlos.

Después de la segunda de las celebraciones el sacerdote se acercó a su amigo y le dijo que cuando terminase todo le gratificaría con una cantidad en metálico, a lo que este se negó. Le dijo que si quería gratificarle lo hiciese “en especie” con una estampita del titular de la parroquia o invitándolo a comer o a tomar algo en el bar de al lado, pero que él no pensaba cobrar por cantarles a unos niños en su primera comunión.

Al cabo de un rato el músico se acordó de una cosa y le dijo al sacerdote que había un dinero que sí que le cobraría. Esa mañana al ser domingo, cuando se dirigía al templo, comprobó que la frecuencia de autobuses urbanos en la ciudad era menor que un día laborable y temiendo llegar tarde había tomado un taxi, así que le dijo que, ya que se había ofrecido a una compensación en metálico, el importe de ese desplazamiento sí que se lo cobraría. El cura le respondió que esa actitud era signo de falta de humildad, que si simplemente hubiese aceptado el pago en metálico que le ofreció de primeras, no habría tenido que pedirle eso.

El músico se sintió muy triste. No entendía tal acusación. Él, un hombre creyente, tenía claro que cuando alguien la Iglesia le pedía un servicio, ya fuese puntual o prolongado, respondería desde su libertad y desde la gratuidad. En este caso, ya que no estaba dispuesto a cobrar si que procuraría no tener que pagar, por eso cuando le ofreció la compensación solo quiso el importe del desplazamiento que había abonado de su bolsillo, de otra manera ni lo hubiese mencionado. Pero que el sacerdote entendiese que eso era por una falta de humildad le pesaba. ¿Le había juzgado de forma precipitada? ¿Era una falta de humildad no querer cobrar un dinero por un servicio prestado a la Iglesia?

¿O quizás- y eso sería lo más grave- tendría el cura un gatillo demasiado suelto a la hora de ir emitiendo juicios?. Le preocupaba que con una actitud así pudiera disgustar y causar malestar a otros, aunque se consoló pensando por un lado en la juventud del sacerdote, que apenas contaba con un año desde su ordenación, sabiendo que el discernimiento, como todas las virtudes, necesita tiempo para su maduración y perfeccionamiento. Y por otra parte se lo había dicho en la confianza de los amigos, con lo que pensaba que de normal sería más comedido con sus feligreses.

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En otra ocasión el mismo músico participaba en un foro de internet de música cristiana. Un día leyó un mensaje sobre la realización de un festival de música gospel en una población cercana a la suya y se alegró. El era una gran amante de ese tipo de música y en la mayoría de ocasiones sólo podría seguirla por internet. Abrió el post para ver los detalles del mismo y se encontró con la desagradable sorpresa, al menos para él, que en realidad no se trataba de lo que anunciaba, sino de un concierto con grupos protestantes, ninguno de los cuales para más inri hacía música gospel.

Disgustado contestó en el post, de forma educada pero contundente, diciendo que le parecía incorrecto anunciar una evento con unas características distintas a lo que en realidad se trataba. El que había escrito el mensaje en lugar de disculparse se reafirmó diciendo que la música gospel era toda aquella que tuviese un contenido espiritual. El músico le replicó diciendo que eso no era así, que la música gospel tenía una serie de características concretas que la diferenciaban de otros géneros musicales. Para su sorpresa uno de los administradores bloqueó su acceso a perpetuidad en dicho foro acusándolo de creerse “juez de todo y de todos”. Se le quedó cara de tonto… ¿quién juzgaba a quien? ¿el que denunciaba una falsedad o los que le juzgaban por hacerlo?. Pese a su protesta y la reclamación a otros administradores no consiguió que le levantasen el veto.

El refranero español, tan sabio como ningún otro, afirma que hay que “decir el pecado pero no el pecador”. Haciendo una traslación al plano moral sobre el juicio podríamos decir que se debe “juzgar el pecado pero no el pecador”, aunque hasta eso mismo es relativo, delicadamente relativo. Veamos, yo no podré ni deberé juzgar a una prostituta ni a sus clientes, sólo Dios sabe cuales son los condicionantes morales, familiares, económicos, psicológicos… que llevan a una persona a ejercer tal actividad. Lo que sí que diré claramente es que la prostitución es un acto gravemente ilícito que convierte el acto sexual, don de Dios para la donación al otro y a la vida, en una simple mercancía y a la mujer en un objeto, en un mero orificio (perdón por el grafismo).

Y si alguien me pidiera consejo sobre la conveniencia de dedicarse a tal actividad o a contratar este tipo de servicios le diría que huyese como del fuego. ¿Pero por qué relativo? Porque si en lugar de requerir mi consejo alguien viniera y me dijera que ejerce ese oficio porque le da la gana y no piensa cambiarlo por otro menos remunerado, o que contrata los favores de una profesional porque le gusta y hace con su dinero lo que quiere, podría decirle de la misma forma que están haciendo muy mal, haciéndose daño a si mismos, destruyendo su dignidad aún sin saberlo y condenándose en un cuerpo que dejaría de ser templo el Espíritu (es una forma de hablar) para convertirse en un contenedor de basura.

Igualmente sucede a la hora de condenar el aborto, por ejemplo. Si afirmo en cualquier foro lo que es una simple evidencia científica, que el aborto no es más que la muerte provocada de un ser humano inocente e indefenso, algún tonto (por no decir otra cosa) saldrá diciéndome que he llamado asesinas a las mujeres y otras estupideces similares. Ciertamente los que así afirman o creen que todas las mujeres abortan o en realidad lo dicen por pura malicia. Porque el hecho es que creo (o quiero creer) que la mujer en un aborto es otra víctima más en la mayoría de los casos, me cuesta difícil de concebir que una mujer gestante es capaz de consentir la muerte del hijo de sus seno como quien accede a sacarse una muela. Pero vamos, no me importaría decirle cuatro cosas no muy conformes a la buena educación a todos esos pseudomédicos y empresarios de la muerte que se lucran con tal crimen.

Añadamos todos los ejemplos que queramos: la explotación laboral, la promiscuidad, el enriquecimiento ilícito, el juego, las relaciones con personas del mismo sexo, la violencia…

¿Cuál es la clave pues? ¿cómo podemos saber cuando estamos corrigiendo fraternalmente, cuando estamos condenando una injusticia y cuando estamos cayendo en el pecado del juicio?. La respuesta es tan simple o complicada como podamos entenderla, ya que la clave está en considerar que a la hora de realizar una valoración yo no soy mejor que el otro, que el otro es hijo de Dios como yo y, como yo, pecador que necesita de conversión y que si mi pecado no es tan escandaloso como el suyo es por pura gracia de Dios que no levanta su mano de mi, no por ningún mérito mío. ¿se entiende esto? Si es así enhorabuena… a mí mismo me cuesta de entender muchas veces y también se me puede ir el gatillo de forma fácil.

Maniqueísmo entre cristianos


El maniqueísmo es una religión fundada por un persa llamado Mani en el Siglo III, que se autodenominó a sí mismo como el profeta definitivo. Básicamente es una religión dualista, cree en la oposición de dos fuerzas, el bien y el mal, las luz y las tinieblas, el espíritu (bueno) contra el cuerpo (malo).

En el cristianismo es muy conocido porque uno de los más grandes doctores de la Iglesia, San Agustín, padre de la Teología, fue maniqueo antes de su conversión al cristianismo. Su madre, Santa Mónica, tuvo que llorar muchas lágrimas por la conversión de su hijo.

Naturalmente el cristianismo condena el maniqueísmo, ya que las fuerzas del bien y el mal tienen para ellos un mismo nivel, frente a la existencia del Dios único que profesa la Iglesia, además de afirmar la existencia de la reencarnación.

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Sin embargo de manera muy sutil, una idea que podríamos decir que proviene del maniqueísmo, de que lo importante es ser bueno y no malo y que para ello da igual realmente en lo que creas, se ha ido colando entre muchos católicos, creando en ocasiones gran confusión y dolor entre lo fieles (algunos lo denominan «buenismo»).

Hace poco comentaba a dos amigos sacerdotes que no me parecía bien que se hubiesen introducido cantos protestantes en una celebración para jóvenes de la diócesis. –Uy– me dijo uno de ellos- eso se te pasaría si hubieses estado como yo varios años en latinoamérica y hubieses colaborado con pastores protestantes, que son muy buena gente. Me quedé con cara de tonto y le contesté –¿y qué tiene eso que ver?… desde luego, el día que los curas dejéis de ser maniqueos y os convirtáis al cristianismo nos haréis a todos un gran favor… Después de decirlo me percaté que igual había sonado excesivo, pero gracias a Dios mi amigo se lo tomó a bien.

Pero ciertamente el poso estaba en su frase: da igual que los cantos sean protestantes, los protestantes «también son buenos”. Y de ahí a toda la pastoral que algunos pretenden imponer en estos días: da igual que estés divorciado o no para poder comulgar, hay muchos divorciados “buenos”, “mejores” que otros que comulgan todos los domingos… Da igual que te ligues las trompas o uses anticonceptivos, mientras seas “buena gente” no pasa nada… da igual que vayas o no a misa o que no te confieses mientras “hagas el bien” a los demás, que más da… da igual que seas promiscuo o tengas relaciones sexuales con personas de tu mismo sexo, mientras “que no hagas daño a nadie” con eso te vale…

Incluso si alguien defiende la idea contraria, que estar en comunión con la Iglesia es responder a una serie de requisitos y estilo de vida que va mucho más allá de la “simple bondad”, entonces eres criticado por muchos por tu falta de misericordia, tu carácter excluyente y tu postura contraria a la de Jesucristo “que acogía a todos” (?). Pues eso, que los ateos, budistas y musulmanes podrían comulgar siempre que sean “hombres de bien”.

Otro amigo mio cura al celebrar sus bodas de plata sacerdotales dijo que en todos esos años había intentado dar a conocer a Jesucristo a los demás «o por lo menos enseñarles a ser buenas personas” (?). Multitud de profesores de religión desechan el contenido de la asignatura e imparten “educación en valores” (?). Órdenes religiosas que se dedican a la educación invierten horas y horas en que sus alumnos en que realicen “campañas solidarias” (?) aunque no sepan ni rezar el Padrenuestro.

No seamos maniqueos con esto tampoco, no estoy diciendo que enseñar a ser buenas personas, vivir en valores o ser solidarios sea malo (vuelta al maniqueísmo), sino que se trata de algo diferente a ser cristiano. La bondad no es exclusiva del cristianismo, hay gente de otras religiones o simplemente no creyentes que son buenas personas. Es más, como dice el juicio a las naciones, Mt 25, 31ss, aquellos que no conocen a Jesucristo serán juzgados por las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, asistir al necesitado, visitar al enfermo y al preso… “¿cuando hicimos/dejamos de hacer esto contigo SI NO TE CONOCÍAMOS?”… o dicho de otra manera, los que NO CONOCEN a Jesús serán juzgados según si “han sido buenos” o no. (Perdóneseme la simplificación, no es muy rigurosa pero es para que se me entienda) y que todos los seres humanos, seamos creyentes o no, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y por eso tenemos, como dicen los teólogos, una ley natural, que no es más que la ley de Dios inscrita en nuestro corazón.

Pero el juicio a los cristianos es “diferente” (vuelvo a pedir perdón por no ser excesivamente riguroso) por eso Jesucristo con la parábola del juicio a las naciones explica la de los talentos, los siervos que SÍ CONOCEN al Señor y han recibido de este una cantidad de dinero y la han puesto (o no) a producir. El matiz es sutil pero claro, hemos conocido al Señor, hemos recibido de Él la Palabra y la Gracia y después, no antes, las ponemos a producir.

Por eso en el cristiano la bondad no es una premisa, ni siquiera una prioridad, es una consecuencia. Es decir, el cristiano que descubre la bondad y la misericordia de Dios, que recibe su gracia, vive en ese amor y eso le lleva a la bondad y la misericordia con los demás. Pero el cristiano no busca “ser bueno”, busca vivir en la voluntad de Dios para ser feliz y salvo y las obras de misericordia nacen (aunque sean un mandamiento) como un fruto.

Sé que algunos no estarán de acuerdo conmigo. Hace poco discutía vía redes sociales con un “alto cargo” de la curia vaticana amigo mío que me decía que la conversión y la bondad se autoexigían. Con todos mis respetos a monseñor, le hice ver que no estaba de acuerdo, que la conversión puede “exigir” la bondad, pero no al revés, gente muy bondadosa no tiene por qué llegar a convertirse al cristianismo. (Para los curiosos decir que ninguno convenció al otro). Ciertamente la frase con la que defendía mi postura era algo provocadora, “vamos a tratar de convertirnos que ya tendremos tiempo de ser buenos después”, pero resumía mi idea de que lo segundo es una consecuencia de lo primero y no al revés.

Otra vertiente de este problema es la postura del ejemplo ante los demás. Un postulado defendido por muchos, incluso por Su Santidad (es una de las cosas en las que no estoy de acuerdo con el Papa, sin que esto merme para nada mi respeto y cariño filial) es que los ajenos a la Iglesia se incorporarán a ésta por atracción, por el buen ejemplo de los cristianos. Ciertamente el buen ejemplo es necesario para no contradecir la predicación, no puedes hablar del amor y ser un canalla o del desapego a las riquezas y estar racaneando el sueldo a tus empleados.

Pero una buena conducta, la bondad a fin de cuentas, por sí misma consigue muchas veces despertar la admiración en el otro pero no el deseo de conocer a Jesucristo. ¿Muy lioso? Pondré un ejemplo, muchos ateos admiran la labor de la Madre Teresa de Calcuta y su obra en favor de los pobres de la India, pero no por ello se han sentido llamados a convertirse al cristianismo. Probablemente lo habrán hecho algunos que no sólo han conocido este buen ejemplo, si no los motivos que llevaron a la madre a emprender esa misión, la experiencia previa (no posterior) del amor de Cristo en su vida.

Bueno, que nadie vea en mi un desprecio a la bondad, por favor, recordaré la famosa frase de san Felipe Neri: sed buenos… si podéis.

De la dialéctica (anécdotas de un discutidor)


Con la ya sana costumbre que he adquirido de consultar el diccionario de la RAE he ido esta vez a buscar dos términos. El primero ha sido el de “discutir”, que define como “examinar atenta y particularmente una materia” o bien como “contender y alegar razones contra el parecer de alguien”.

Me he detenido en esta última definición por que me parece clave para lo que quiero comentar. Bien dice que es “contra el parecer de alguien” y no “contra alguien”. Más que nada por que observo últimamente dos casos opuestos pero que a fin de cuentas son como las dos caras de una misma moneda. Uno sería “cómo no estoy de acuerdo con su parecer voy a contender contra su persona”, es decir, en lugar de rebatir las opiniones de otro con las que no estoy de acuerdo me dedico a insultarlo y ofenderlo. Y el otro sería el efecto inverso, “si este no opina como yo es por que me desprecia, me ofende o tiene algo contra mí”.

El otro término que he buscado en el diccionario es el de “dialéctica” definido como “arte de dialogar, argumentar y discutir”, probablemente sea que a mucha gente le falte (quizá tendría que incluirme yo mismo) el desarrollo y la práctica de tan noble arte pues.

 debate

¿A qué viene entonces mi interés?. Quizá sea que a mí de siempre me ha gustado discutir, y no digo “en el buen sentido de la palabra” ya que, como deja claro la RAE es un término que no tiene un “mal sentido”, a no ser que alguien piense que contender y alegar razones sea negativo (y en ese caso quien pensase eso sería claramente un tipo fascistoide y peligroso). Pero más probable porque en los últimos días me he visto envuelto en varias situaciones con algunas personas con distintos niveles en el arte de la dialéctica. A modo de anecdotario y sin querer sacar ninguna conclusión exhaustiva, las comento.

Un amigo mío me enseña un texto que había escrito sobre un pasaje evangélico. El texto me gusta mucho, es conciso, directo, claro, y así se lo digo, aunque también hay dos cosas que no me gustan e igualmente se las refiero. Una de ellas era el uso de determinadas expresiones coloquiales que me parecían inadecuadas y otra la confusión que se producía en un momento dado entre lo que es el texto bíblico y lo que eran sus propias reflexiones.

Mi amigo en un principio reaccionó mal ante mis críticas

-No sé por qué dices que te gusta lo que he escrito si luego me haces esas críticas. Seguro que tienes algo personal contra mí y tendremos que hablarlo.

-Si te digo que me gusta mucho – le contesté – es porque me gusta mucho y si te no lo crees es problema tuyo. Si te he hecho un par de críticas es porque había un par de cosas que no me parecían convenientes y si crees que tengo algo personal contra ti te equivocas y ya te digo de antemano que tengo suficientes problemas reales en mi vida que no pienso perder un sólo minuto en problemas inexistentes.

Gracias a Dios mi amigo lo entendió perfectamente y no volvimos a tratar el tema, es más, alguna de mis críticas las asumió y realizó algunos cambios en el texto y otras en cambio no, dejándolo como estaba, cosa que me pareció lo más lógico.

En otra ocasión hablaba con el miembro de un grupo de música que según él hacían temas de valores y contenidos cristianos pero sin mención expresa a Cristo ni a Dios y que su obra era tan evangelizadora y admirable como la del que más.

Le contesté que con lo primero no estaba de acuerdo, que “evangelizar” sin anunciar el Evangelio no era comparable (no dije ni mejor ni peor ni nada parecido) a aquellos músicos que sí mencionan a Cristo explícitamente en sus canciones y que si pensaba que lo que hacía era “admirable” era porque tenía un alto grado de autoestima.

Me respondió que no tenía por qué aguantarme y que le había faltado el respeto con lo de la autoestima, además de acusarme en falso de cosas que no había dicho.

Le respondí con un recurso que utilizo mucho en estos casos “si me dices una sola cosa en la que yo te haya faltado el respeto te doy un millón de euros”… naturalmente no había nada de eso. Le expliqué que decir que lo que uno hace es admirable y tener una alta autoestima es lo mismo, una simple cuestión de diccionario. Y le hice ver que lo expresado por mí era una opinión, que podía compartir o no pero que en ningún caso había ofensa y que lo que había dicho acerca de mí no era cierto… aún estoy esperando que se disculpe, ja, ja, ja.

En otra, y es la tercera anécdota, me llegó la invitación de un agente de pastoral para asistir a la representación de una obra musical que habían preparado los alumnos de un colegio religioso. Le contesté que el contenido de la obra me parecía de una moral inapropiada para un centro de esas características y me contestó enfadado que quién era yo para juzgar a los chavales y a los monitores que con tanta ilusión habían preparado la representación. Volviendo al recurso del millón de euros le hice ver que en ningún momento había dicho nada contra los chavales ni sus monitores, sólo contra el argumento de la obra en sí. En esta ocasión lo entendió perfectamente, me pidió disculpas y quedamos estupendamente, incluso terminamos hablando de posibles colaboraciones en un futuro.

Una más, y van cuatro. En un artículo reciente de este mismo blog en el que hablaba de la progresiva “homosexualización” de la televisión hubo varios comentarios elogiosos y uno crítico. Al que escribió este último, que lo hizo de forma anónima, agradecí sinceramente que expresara sus opiniones contrarias, por que eso favorece el debate, y de hecho le rebatí, pero no entendí el tono personal y ofensivo que utilizaba y también se lo hice saber.

Para empezar criticaba que hubiese empleado la palabra “marica” para referirme de forma peyorativa a los homosexuales. Curiosamente era una articulo de 1700 palabras en las que aparecían 6 veces la palabra “homosexual”, otras tantas el término “gay” y una sola vez la de “marica” y además en un expresión coloquial pronunciada por un personaje ficticio…

Por otro lado utilizaba expresiones poco dadas a contender y alegar razones contra mi parecer si no más bien a mostrar desprecio y ofensa hacia mi persona, tales como “muy gracioso, tu artículo”, “has dejado pasar una gran oportunidad de rascarte la espalda”, “no has dado una, chico”, “¿no has llamado a un psicólogo aún?”, “intentas copiar el estilo de los artículos que supongo que has leído en la prensa, sin éxito” (?)… y luego a verter acusaciones tipo de “apuntarme a complots contra la libertad”, “querer controlar la moralidad del vecino” o estar lleno de “odios y supersticiones”… cuando supongo que los que siguen de forma más o menos habitual este blog conocen en qué términos me expreso.

Bueno, van cuatro, podría seguir con algunas más, pero creo que ya es suficiente. No sé si el problema de la falta de dialéctica es real o no o si será el reflejo de una sociedad que ha pasado de ver en televisión los debates serios y respetuosos de “La Clave” a los gritos e insultos de los “salvameses”, “mujeresyhombresylesdamoslavuelta” y “degüenaleyes” de turno.

Sea como sea, si alguien quiere contender y alegar razones contra mi parecer estaré encantado de atenderle… si lo que busca es la ofensa y la calumnia, por favor, que no me haga perder el tiempo… ni el suyo. Gracias.

El matrimonio y el Quijote


Con 45 años largos me dije a mí mismo que ya era hora de que leyera El Quijote de Cervantes, un libro del muchos sabemos historias pero pocos lo hemos leído de principio a fin como correspondería. Así que en ello estoy en los ratos muertos de mi jornada laboral. Tengo un trabajo de esos que yo llamo “de estar”, es decir, que tienes que estar en tu puesto tanto si entra mucha o poca faena cada día.

En la segunda parte del mismo, algo que ha sido estudiado ampliamente, Cervantes empieza a “enamorarse” de su criatura y a incidir en su doble personalidad, por un lado la del enajenado que ve castillos donde hay ventas o que cree poder derrotar a enormes leones hambrientos de un plumazo, pero por otro la de un hombre inteligente, de verbo enriquecido y reflexiones lúcidas.

 

Entre estas encuentro una curiosa sobre el matrimonio, como todas ellas conforme a “la ley cristiana que como buen caballero andante profesa” que reza así:

Quiere hacer uno un viaje largo y si es prudente, antes de ponerse en camino busca una compañía segura y apacible con quien acompañarse; pues, ¿por qué no hará lo mismo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido?. La de la propia mujer no es mercancía que una vez comprada se devuelve, se trueca o se cambia, por que es cualidad inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que, si una vez lo echáis al cuello se vuelve en el nudo gordiano que, si no lo corta la guadaña de la muerte, no hay que desatarlo.

Recuerdo de cuando estudiaba Ciencias Religiosas que el libro de texto, hablando de las características del matrimonio cristiano, afirmaba que eran 3: indisolubilidad, unicidad y apertura a la vida. Ciertamente esta afirmación es correcta, pero el matrimonio cristiano es también mucho más y algunas de sus características aparecen en este texto cervantino.

El matrimonio es algo deseado, “quiere hacer uno un viaje largo…” una vocación además de un estado natural, algo querido por Dios. De hecho la primera condición del matrimonio cristiano, y así aparece por tres veces en la liturgia, es la libertad al contraerlo “¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados(1), libre (2) y voluntariamente(3)?”. Y como sacramento, y así se lo hago saber a mis amigos sacerdotes cuando quiero chincharlos un poco es incluso “superior” al sacerdocio, ya que el suyo es revocable, un sacerdote puede dejar de serlo, pero no el mio como casado.

El matrimonio es algo que exige preparación previa, una “búsqueda de la compañía segura…”, no es un estado al que se accede con cualquiera o por que sí.

El matrimonio cristiano es indisoluble, evidentemente, “hasta que la muerte os separa” reza la liturgia o “hasta el paradero de la muerte” el Quijote.

El matrimonio es una comunión de vida, una entrega mutua, en el sexo “la cama”, el compartir los bienes “la mesa” y en la vida de cada día “en todas partes”. Tristes son los matrimonios que se asemejan más a dos solteros compartiendo piso que a una auténtica comunión de vida.

El matrimonio cristiano es indisoluble, es un proyecto para toda la vida y no una apuesta a ver si sale bien, como una “mercancía que se devuelve, se truca o se cambia”. Cuántos matrimonios hoy en día se convierten en simples pruebas con seguros y contratos previos por si falla.

A fin de cuentas el matrimonio no deja de ser, aunque pueda parecer lo contrario viendo telebasura o en una sociedad tan hedonista como la nuestra, un ejercicio de libertad. Libremente me comprometo con quien quiero y para lo que quiero, un matrimonio cristiano, y libremente y con la gracia de Dios mantengo ese compromiso como “nudo gordiano que, si no lo corta la guadaña de la muerte, no hay que desatarlo”.

Debe ser dificil eso de reconocer una equivocación…


 Publicado originalmente el 21-11-11 2011

Para los que pecamos de soberbia el título de este artículo es meramente retórico. Para los humildes es una simple cuestión de sencillez, si te equivocas lo reconoces y pides perdón… ¡quién pudiera ser humilde!

Circulaba en bicicleta por el carril-bici de mi ciudad cuando llegué a un semáforo. El paso de peatones y el de bicicletas estaba juntos pero perfectamente señalizados. Al ponerse en verde crucé y me topé con un par de mujeres despistadas que venían enfrente por mi carril. Al levantar los ojos una de ellas me vió y se asustó, y de forma casi automática y de malos modos me soltó

¿Es que no tienes otro sitio por el que pasar?

– Señora, es usted la que está en mi carril.

La mujer alzó la vista y comprobó su equivocación. Para colmo un buen número de peatones la estaban observando al haber levantado la voz. Supuse (ingenuamente) que la señora se disculparía, pero todo lo contrario, empezó con peores modos y levantando aún más la voz

Si claro, los de las bicis… que hacéis lo que os da la gana y váis por donde se os antoja…

– No creo haberla visto a usted antes- le contesté- pero el paso de peatones lo tiene medio metro a su izquierda.

Los testigos del incidente comenzaron a decir que yo tenía razón, que si cada uno circulásemos por donde nos corresponde no habría ningún problema. La mujer, aún más enfurecida, se marchó mascullando algo que ya no entendí.

Proseguí mi camino pensando, ¿tan dificil le habría sido a esta mujer disculparse por su error en lugar de encerrarse en su orgullo?. Supongo que no debo ser el único soberbio de mi ciudad.