Sobre un aspecto del clericalismo (sólo uno, hay muchos más)

Cuenta el Papa Francisco que siendo un obispo novato tenía de secretario a un joven sacerdote. En cierta ocasión y ante un problema surgido en su diócesis, adoptó una solución “diplomática” con la que pretendía contentar a todos y fue mucho peor el remedio que la enfermedad. Comentándolo con su secretario le dijo que el problema se había agravado y que ya no sabia como solucionarlo, a lo que el joven le contestó “Es que lo ha hecho usted muy mal, no ha tomado una decisión como padre” y a continuación, y según narra el Papa, le dijo “tres o cuatro cosas de esas fuertes, dichas con respeto, pero bien fuertes” que le dejó sorprendido por su valentía y su crudeza. Cuando finalmente se marchó el joven, el obispo se quedó pensando que le gustaría contar siempre con él como su ayudante “pues era realmente un hermano”.

Esta reacción resultaba ciertamente sorprendente para un mitrado porque lo normal en estos casos es que su subordinado le hubiese dado la razón o hubiese contemporizado con él. Sin embargo, el poner en duda y criticar la decisión adoptada, por mucho monseñor que fuera, resultó ser un gesto de verdadera fraternidad.

Esta subordinación es mucho más frecuente en la relación sacerdote-laico, en ambos sentidos. El sacerdote puede muchas veces tender a no considerar ni las opiniones ni las críticas de los laicos como si fueran “cristianos de segunda” y, ojo, sorprendentemente sin darse ni siquiera cuenta muchas veces. Y en el sentido contrario, muchos laicos tienden a eludir sus responsabilidades como cristianos “delegando” en los sacerdotes o pensando que la opinión de un sacerdote, por el mero hecho de serlo, es más válida que la de cualquier laico.

pastor

Esta sería una de las acepciones del término “clericalismo” (tiene bastantes más) y de la que tanto habló el Papa Francisco a principios de su pontificado y que ha dejado de lado últimamente, cosa que lamento porque creo que es un tema muy interesante sobre el que profundizar.

Pondré varios ejemplos. Hablábamos un grupo de creyentes sobre si era o no correcta la utilización de las expresiones “ungido” o “tener unción” al hablar de una canción, una catequesis, etc tal como se ha puesto de moda entre los protestantes y que algunos católicos imitan sin mayor reflexión. Cada uno de los que hablábamos teníamos nuestros puntos de vista al respecto, discutiendo sobre ellos, y uno de los presentes, sacerdote, decidió dar también su opinión. En eso otro de los contertulios, laico, dijo algo así como “bueno, ya hemos escuchado al padre, creo que no hay más que hablar”, cosa que me supo mal y contesté “no seas clericalista, que un sacerdote de su opinión sobre un tema de fe no significa que esta sea acertada o tenga más razón que otro”. El sacerdote me dijo que eso era cierto, aunque en el transcurso de la conversación soltó algunas frases que por su rotundidad (“pontificando”, nunca mejor dicho) parecían demostrar que en realidad no lo tenía tan claro, ja, ja, ja.

Otro ejemplo. Un grupo de músicos católicos hablábamos de la conveniencia o no de utilizar una serie de cantos en la celebración de la misa. Uno de ellos dijo “pues si el cura de mi parroquia lo permite quienes somos nosotros para decir nada”, a lo que le contesté en el mismo sentido que la conversación anterior. “Que el cura lo permita no significa que esté bien, puede que lo haga por pura afectividad, para no crearse un conflicto con el coro, o puede que sus conocimientos sobre liturgia o sobre música litúrgica sean escasos”. “¿cómo dices eso?, añadió sorprendido,“para algo es sacerdote.” ·”Bueno”, dije yo “hay sacerdotes con muy buena formación y otros no tanto. Además un músico católico puede tener más conocimiento sobre la materia concreta que un sacerdote al que se le supone un conocimiento general, pero uno no puede ser especialista en todo”

Otros casos al revés. Una amiga mía mostraba con satisfacción unas fotos que se había hecho en un bar de Sevilla, decorado con motivos de cofradías y Semana Santa, en el que servían un cóctel al que llamaban “Sangre de Cristo”. Le dije que me parecía una falta de respeto utilizar las cosas sagradas como nombres de bebidas y no entendía como lo explicaba con una cierta satisfacción. “Bueno, a mí qué” me respondió ella “si el arzobispado no ha dicho nada yo no soy quien, a fin de cuentas no soy cura ni miembro de ningún tribunal eclesiástico”- Le recordé que estaba bautizada, que había recibido por tanto la consagración como sacerdote, profeta y rey y que si esperábamos que ante cualquier ofensa a la fe tuviese que venir un señor con alzacuellos mal nos iría.

No se trataría de superar el problema añadiendo otro igual o peor, el conocido como “clericalización del laicado” que sería como la otra cara de la moneda, esperar que los laicos asuman competencias y funciones propias del sacerdote, aunque ese sería tema para otro artículo. Para entenderlo, el mismo Papa pone un ejemplo que nos podrá ser muy conocido a los que tenemos cierta vida parroquial, la relación entre el párroco y el consejo.

Tal como afirma Su Santidad un párroco que no tenga consejo parroquial puede ser un síntoma de clericalismo, que no permitiría crecer a la parroquia ni a los laicos y en la que no quedaría claro si el sacerdote seria un cura o el jefe de una empresa. Y al revés, mal haría el sacerdote si adoptase todas las decisiones de un consejo aunque las considerase inconvenientes. Como el mismo Papa dice “esto no es una democracia” pero “tampoco una anarquía”. El sacerdote debe tomar las decisiones que le corresponden, “pero decide escuchando, se hace aconsejar, dialoga… Y ésta es su tarea”.

Por eso a los laicos nos corresponde formarnos como cristianos en la medida de nuestras posibilidades, respetar las decisiones de los sacerdotes y, en caso de que así lo consideremos, corregirlas con respeto. A los sacerdotes les correspondería otro tanto, cuidar su formación (no, no te vale con las cuatro cosas que aprendiste cuando eras seminarista, lo siento) escuchar y atender los consejos y comentarios de los lacios y asumir humildemente que, aunque a veces te resulte difícil de creer, pueden tener razón al corregirte tanto en tu vida de fe como en tus conocimientos. Un sacerdote contaba que le había hecho mucho bien formar una comunidad de fe con un grupo de laicos y aceptar algo que le costó un poco al principio, que quien le llamase a conversión fuese un fontanero y no el obispo.

Termino con otra anécdota. Un catequista amigo mío ya fallecido acudió en una ocasión a misa en una iglesia de la que no era habitual. La homilía del sacerdote fue la propia de un seguidor de la teología de la liberación incidiendo en una lectura en clave marxista de la Palabra y sus consecuencias. Al acabar mi amigo se acercó a la sacristía y le dijo al cura “De verdad padre se lo digo con todo respeto, Cristo no vino a hacernos a todos socialistas, Cristo vino a que nos convirtiéramos a su Palabra y si sigue usted predicando así al final nos quedaremos en la Iglesia usted, yo y dos más”. Y parece que tenía razón pues, aunque no es un dato que pueda dar por cierto al ciento por ciento, he leído que en algunos países donde se siguió esta línea la Iglesia Católica fue disminuyendo en favor de las congregaciones protestantes.

2 comentarios en “Sobre un aspecto del clericalismo (sólo uno, hay muchos más)

  1. Sobre el clericalismo… bueno, el cura puede ser mas o menos clerical según deje a los demás hacer, decir, decidir… En un principio, el cura es clerical, después de mucho tiempo de «selección natural» no le queda otra… o si.

    Es bueno que digas que hay seglares clericales… o sea, no es un problema de clases, más bien una concepción de la praxis cristiana, una cosmovisión de las cosas, a veces despegada de todo compromiso y más pegada a la sumisión, no sé.
    Quizás se pueda proponer pasos para solucionar el clericalismo, muchos pasarían por asumir aspectos de otras confesiones cristianas… o no.

    Por el momento o rezas para que te toque un cura poco clerical o vives como católico en el ostracismo.
    Ánimo, me ha gustado mucho tu reflexión y en nada te llevo la contraria.
    Un abrazo.

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